Lo hemos vuelto a hacer. Las mujeres hemos vuelto a parar el mundo este 8 de marzo de 2019. Al grito de ‘somos imparables, feministas siempre’ y ‘paramos para cambiarlo todo, ni un paso atrás’. Casi 375000 personas inundaron las calles de la capital de nuestro país y la jornada de huelga según datos de UGT y CCOO, fue secundada por 6 millones de ciudadanos.
El éxito de la huelga de este año ha superado con creces el 8M del pasado 2018 en todos los municipios del país. Sin embargo, esto no debería ser una sorpresa, pues como bien reza el manifiesto de la comisión 8 de marzo de Madrid, venimos desde lejos.
Así es, el camino del movimiento feminista en España ha sido largo y tortuoso, aunque la realidad parece indicarnos que la existencia de este es cosa tan solo de los últimos años.
Tal vez, con la ola de acontecimientos que vive el movimiento, y sobre todo, nuestra convulsa actualidad política, la lectora no recuerde el momento en el que el feminismo pasó a estar en la agenda política de manera indefinida. Habría que remontarse al grito de ni una menos, vivas nos queremos que nuestras compañeras argentinas lanzaron en 2015 ante la oleada de feminicidios que asediaba Argentina, y que promovió la primera manifestación de masas sobre la violencia machista en este país -3 de junio-. Pronto se extendieron las movilizaciones por América Latina y Europa, hasta llegar a España la primera manifestación feminista multitudinaria, el 7 de noviembre de ese mismo año. Desde 2015, el movimiento no ha hecho más que crecer y diversificarse. Además, se intentan mantener en el terreno de la acción política una serie de demandas cada vez más inclusivas con las comunidades racializadas, migrantes, rurales y de diversas identidades, así como de mujeres con diversidad funcional. El máximo exponente del auge del movimiento feminista en España tuvo lugar en la histórica huelga laboral, estudiantil, de cuidados y de consumo del 8 de marzo de 2018, a cuya manifestación acudieron 175000 personas solo en Madrid.
No obstante, para que todo esto fuera posible, otras sembraron este terreno mucho antes. El movimiento feminista en España, aunque nunca fue a la misma velocidad que en Europa, quizá viera su origen poco antes de la Segunda República en el movimiento sufragista. Desgraciadamente, sus demandas no fueron atendidas hasta la elaboración de la Constitución de 1931, en la que se garantizaron a las mujeres los mismos derechos electorales que los hombres y se añadieron otros derechos tales como el divorcio, el acceso al trabajo y a la educación. Las mujeres accedieron por primera vez, avaladas por la ley, a estudios superiores, y adquirieron títulos universitarios que lamentablemente, en la mayoría de los casos, nunca podrían ejercer debido al cambio de régimen. Estos avances y las numerosas organizaciones de mujeres y de carácter vecinal que llegaron a existir en este periodo, quedaron truncados por las prohibiciones y represiones tras la guerra civil.
El régimen franquista, aunque defendía firmemente la división tradicional de roles de género, no consiguió suprimir todo germen emancipador de la mujer, ya que no solo surgieron múltiples grupos clandestinos, sino también hubo publicaciones que dieron lugar a una conciencia feminista que caló en el mundo académico a partir de los años 60 – misma década en la que el franquismo comienza a abrirse a los cambios europeos-. Por otra parte, gracias a las presiones de los grupos que se habían ido formando a finales de los años 50 y principios de los 60, se consiguieron avances como la reforma del código civil en 1958 -liderada por la jurista Mercedes Formica-Corsi-, y la ley de derechos políticos, profesionales y de trabajo de la mujer en 1961. Pero estos dos textos legales, a pesar de suponer un increíble progreso para el movimiento, no suscitarían una reforma sustancial de la situación de la mujer, pues en última instancia, seguía siendo necesaria la licencia marital. Lo que sí cabe destacar de estos escritos es que darían paso a la organización de movimientos de carácter feminista que posteriormente jugaría un papel muy importante: el Movimiento Democrático de Mujeres. Nacido a instancias del Partido Comunista, logró instituirse como una de las organizaciones antifranquistas más notables en el apoyo a los presos de la dictadura.
Cabe añadir que, durante estos mismos años, tuvo lugar otro hito feminista, aunque esta vez en el plano académico. Se trata de la creación del seminario de estudios sociológicos de la mujer, institución mediante la cual la mujer cobra relevancia académica y es por fin materia de estudio. Desde sus orígenes, fue un proyecto apolítico y democrático en el que participaban muchas mujeres españolas con reconocida trayectoria intelectual, tales como Maria Laffitte o Maria Alange Campo. Ellas son las que comienzan a tratar la problemática de la mujer franquista y a realizar traducciones, reflexiones y críticas a las obras feministas más relevantes del momento: El segundo sexo de Simone de Beauvoir y La Mística de la feminidad de Betty Friedan. A pesar de que sus reflexiones fueran de carácter feminista, no sería hasta el año 70 cuando se etiquetarían como tal, ya que el término era notoriamente despectivo.
De este modo llegaríamos al año setenta y cinco, en el que Franco muere y por tanto comenzaría una nueva esperanza democrática. Este fue, además, especialmente importante para la mujer, puesto que fue nombrado como año internacional de la mujer y tuvo lugar la histórica huelga feminista de Islandia, en la que posteriormente se inspiraron los movimientos feministas actuales para convocar la huelga del 8M de 2018. Por la parte que nos toca, en lo que confiere a España, en 1975 comenzaron en Madrid las jornadas para la liberación de la mujer -que son un punto de referencia en la transición democrática-. A partir de este momento, la incipiente conciencia sobre los problemas de la mujer siguió creciendo hasta diciembre del año 1978; en el que no solamente se realizó el primer congreso feminista de Madrid, sino que también – en relación a la finalización del periodo constituyente- se establecería que “la lucha por la liberación de la mujer pasa por conquistar la democracia junto con todos los sectores oprimidos de la sociedad”.
A pesar de todas las energías invertidas y el esfuerzo a la hora de organizar grandes campañas, la elaboración de la Constitución de 1978 fue una decepción para muchos colectivos feministas, pues aunque se consiguió asegurar un estatus formal de igualdad mediante la inclusión del art. 14 (en el que se elimina toda forma de discriminación), numerosos temas de relevancia para la mujer quedaron pospuestos a desarrollos legislativos posteriores, como fue el caso del aborto. Este, junto con la liberalización del divorcio y la legalización de anticonceptivos, fueron los ejes principales de las peticiones que la plataforma de organizaciones feministas presentaron a las Cortes. En cambio, fue necesaria la inclusión de estos colectivos dentro de los partidos políticos para canalizar las demandas en los debates constituyentes, siendo los partidos progresistas como el Partido Comunista y el Partido Socialista los mayores defensores de estas reivindicaciones. Se empezó también a ver la necesidad de una mayor representación femenina en la política, ya que aunque había 21 diputadas y 6 senadoras, la proporción era infinitamente menor a la de hombres. Quizá el nombre de mujer que mayor huella ha dejado en la historia en este periodo sea el de María Teresa Revilla, la única mujer que formó parte de la comisión constitucional. Es de agradecer a las que nos precedieron todo lo que hemos conseguido desde entonces.
Sin embargo, tal y como han reclamado los colectivos feministas en este 8M, las dos menciones a la mujer que se realizan en la Carta Magna -acerca de la ley sálica y del matrimonio-, el vago art. 14 sobre la igualdad y las leyes de dependencia y violencia de género, se quedan pobres en aras de alcanzar una igualdad efectiva entre hombres y mujeres. Es necesaria una mayor regulación y dotación de recursos y garantías en todas las áreas que afectan a la vida de las mujeres. Es por ello que tal vez, el próximo paso deba ser la inclusión de la perspectiva de género de manera transversal en el texto Constitucional, así como de derechos fundamentales tales como el de una vida libre de violencia de género, disfrute de los derechos sexuales y reproductivos o el derecho a la conciliación de la vida personal, familiar y laboral como proyección del libre desarrollo de la personalidad, entre otros. Estas no son concesiones a la mujer o privilegios, se trata de una cuestión de justicia y humanidad. Es por esto que una cosa está clara, el feminismo ha venido para quedarse porque la igualdad sigue siendo una deuda histórica.
Fotografía: Carmen Ibañez
Bibliografía
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