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TEORÍA QUEER: Aportaciones al activismo LGBT

La teoría queer ha sido, desde sus inicios, objeto de numerosos debates y controversias, en su mayor parte procedentes del movimiento feminista. Son muchas las personas que argumentan que lo queer no es más que una exportación estadounidense neoliberal hacia el resto del mundo que pretende destruir el sujeto político tradicional del feminismo: la categoría de mujer. En otras palabras, estas teorías son consideradas como un caballo de Troya patriarcal y misógino que intenta destruir el movimiento desde dentro. 

Sin embargo, a veces resulta necesario alejarse de estos debates, de este enfrentamiento epistemológico que gira en su mayoría en torno a lo que cada parte concibe como “género”, ya que, en mi opinión, estas discusiones se mueven casi siempre en terrenos teóricos perpetuos sin verdaderos efectos prácticos, difíciles de entender para quien está formado en el tema, e imposibles para quien no tenga ninguna idea. La teoría social y política sin una aplicación práctica es una verdadera pérdida de tiempo, una lucha intelectual sobre quién sabe más y a quién se le comprende menos que se distancia de la realidad, del día a día de las personas que claman representar. Por eso, considero imprescindible echar la vista atrás, hacía los orígenes del movimiento queer, hacia su activismo, dejando de lado los manuscritos indescifrables llenos de términos especializados y observando sus aportaciones en el terreno de la lucha política y social. 

La teoría queer, como se ha mencionado, tiene su origen en Estados Unidos. De cariz claramente posmoderno, marcó un antes y un después dentro de los estudios de género y sexualidad. El posestructuralismo tuvo una influencia clave en ella y, más específicamente, Michel Foucault y sus conceptos de biopolítica y biopoder. La biopolítica, ejercida a través del biopoder, se fundamenta en la regularización y el control corporal de los individuos por parte de las instituciones gubernamentales a través de normas que los categorizan y los etiquetan, situándolos en lugares diferenciados dentro de la sociedad. Para Judith Butler, que desarrolló la teoría de Foucault, el sujeto ante esta situación intenta actuar de una manera que le permita ser visible y reconocido de acuerdo a la norma, para evitar quedarse en los márgenes y ser estigmatizado. Junto a este posestructuralismo, también tuvieron relevancia en el movimiento queer las políticas del Black Power, así como el feminismo radical, al proporcionar un marco de referencia para la lucha y el activismo construido desde las periferias del sistema. Más concretamente, las críticas que surgieron desde el movimiento feminista hacia el sistema de género fueron fundamentales para la construcción del discurso de libertad sexual y para denunciar la conexión entre las prácticas sexuales y la desigualdad social.

El término queer ya existía antes de que fuera reivindicado por primera vez en el Orgullo neoyorquino de 1990 por el grupo activista Queer Nation. Lo queer hacía referencia a lo “extraño”, “raro”, y fue vinculado al ámbito sexual durante el siglo XIX como insulto, a partir de la estigmatización de aquello considerado al margen de lo normal. Lo que se produjo entonces fue una resignificación del término, que se inscribió bajo el incesante cuestionamiento de la realidad y de las categorías concebidas como naturales, por parte de autores como Judith Butler, Gayle Rubin y John D´Emilio, entre otros. Así, la teoría queer adoptó una visión constructivista, en oposición al esencialismo universal y transhistórico. La sexualidad, los deseos, serían, según Rubin (1984), constituidos en la sociedad y en la historia, en el transcurso de prácticas sociales históricamente específicas.

 

Por consiguiente, lejos de otras visiones que conciben a las identidades como entes fijos y terminan por esencializarlas, corriendo el riesgo de conformar nuevas normatividades, la teoría queer entiende las identidades como entes construidos susceptibles de cambio y permanentemente inestables. Sin embargo, como recalca Sierra González (2009), y al contrario de lo que le acusan muchas de las críticas hacia esta teoría: “lo queer no busca eliminar ninguna de las categorías que cuestiona, busca construir otras o defender el derecho a no encasillarse en ninguna” (40). Es más, el propio concepto de queer es inherentemente indomable y puede ser continuamente despojado de su significado para adaptarse a las necesidades políticas cambiantes, por lo que es difícil de definir y hace muy complicado el establecer juicios y argumentos totales sobre él, como vienen haciendo muchas de sus opositoras.  

Ahora bien, además de enriquecer los debates con esta interpretación de la diversidad sexual y de género, la teoría queer acompañó el surgimiento de un movimiento social reivindicativo como reacción a la corriente principal del movimiento de liberación LGBT de los 90, que por entonces ya estaba más centrada en la aceptación e incorporación al statu quo, al sistema y a las instituciones imperantes. Este movimiento alternativo, aún muy presente, señaló que el régimen capitalista estaba convirtiendo ciertas “desviaciones” sexuales y de género en deseables mediante su comercialización. El consumo de estas identidades disminuía su capacidad de resistencia y las hacía susceptibles de ser fagocitadas y asimiladas por el poder, llevándolas al estatismo, la despolitización y la acomodación dentro del sistema. A su vez, la comercialización construía un canon normativo que dejaba fuera a una gran cantidad de personas para incluir a unas pocas. Es aquí donde, en mi opinión, radica la mayor aportación de esta teoría. 

USA. New York City. 1994. Demonstration in Greenwich Village to commemorate the 25th anniversary of the Gay Revolt at Stonewall.

Por primera vez, se postuló una “doble exclusión” (Sierra González, 2009) dentro del activismo LGBT: aquella de la heteronormatividad y la de una identidad gay fija asociada al hombre blanco cisgénero con un nivel elevado o medio de ingresos. Se comenzaba a hablar de una exclusión dentro de los propios márgenes sociales, poniendo de relieve que, incluso en un esquema dicotómico centro-periferia, las dos esferas se encuentran regidas por normatividades que las jerarquizan internamente. Dentro de los márgenes se construyen centros con mayores privilegios que terminan por configurar nuevos sistemas de alteridad, y dentro de los centros se constituyen periferias. Esto permitió introducir el elemento de interseccionalidad dentro de la lucha LGBT, con el objetivo de evitar caer en la perpetua reformulación del sistema y sus normatividades: es la intersección entre las diferentes variables identitaria (clase social, género, sexualidad, raza) la que configura las dispares situaciones de los individuos dentro de la sociedad. Autoras como Judith Butler llamaron la atención sobre la necesidad de fijarse en la superposición de opresiones, abriendo las puertas a una reformulación de los procesos reivindicativos que se venían dando. 

En definitiva, cuando se produjo la reapropiación de la etiqueta, lo queer seguía significando algo situado en los márgenes, fuera de la esfera de prácticas aceptadas. Pero, a partir de este momento, se unió con la subversión política, con la fluidez y el aperturismo, escapando a significados monolíticos de género y sexualidad. Esta reformulación de la lucha social y política y de la conceptualización de las opresiones dentro del movimiento LGBT es relevante porque puede extrapolarse a muchos otros movimientos que pecan de lo mismo, que carecen de una más que necesaria interseccionalidad y que son susceptibles a ser fagocitados por el sistema político y económico y a perder toda su capacidad de acción reivindicativa. 

 

Paula Alonso

Gradudada en Estudios Internacioanles por la Universdiad Autónoma de Madrid. Sus mayores intereses son la geopolítica, la diversidad sexual y de género y el feminismo.

 

Referencias

Cohen, C. (1997). Punks, Bulldaggers, and Welfare Queens: The Radical Potential of Queer Politics? GLQ 3, 437-465.

D’Emilio, J. (1983). Capitalism and Gay Identity. En Powers of Desire. The Politics of Sexuality. A. Snitow, C. Stansell y S. Thompson, Eds. Nueva York: Monthly Review Press.

Gonzalez, M. M. (2010). Desiring resistance in the age of global capitalism: The commodification of queer sexualities in the transnational americas. PhD Thesis. Columbia University, ProQuest Dissertations.  Retrieved from https://search.proquest.com/docview/858431053?accountid=14478 

Ludwig, G. (2016). Desiring neoliberalism. Sex Res Soc Policy, 13, 417–427 DOI 10.1007/s13178-016-0257-6

Rubin, G. (1984). Reflexionando sobre el sexo. Notas para una teoría radical de la sexualidad. In: Vence, C. (comp.) Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina, 1989. Madrid: Revolución. Pp. 113-190.

Sears, A. (2005). Queer Anti-Capitalism: What’s Left of Lesbian and Gay Liberation? Science & Society, 69(1), 92-112. Retrieved February 28, 2020, from www.jstor.org/stable/40404230

Sierra González, A. (2009). Una aproximación a la teoría QUEER: El debate sobre la libertad y la ciudadanía. Cuadernos del Ateneo, nº 26, 29–42. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3106547

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