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Quem mata quem o cómo el Festival da Cançao mató a Salazar

Quem mata quem. Así canta la nueva canción portuguesa que representará al país luso en el Festival de la Canción de Eurovisión.
Mientras las calles estallaban en colores por carnaval y las discotecas se llenaban de ebrios disfrazados de personajes  mitológicos, yo me acomodé en el sofá y disfrutaba de la vanguardia musical que me ofrecía el clásico Festival da Cançao. Y digo clásico por el respeto que merece un festival que ha dado tanto por la música y la libertad portuguesa. Recuerden esto último, por favor.
Acorde con esos aires de modernidad y libertad que representaba esa renovación portuguesa, ganó el tema Telemóveis, una canción de extraña belleza lusa y gitana, con sonidos que recuerdan a los de Rosalía, pero sin nada que envidiar.  Su  artista, Conan Osiris, ataviado con un traje de plumas blanco, conquistó a los jurados regionales y al público portugués con su extravagante danza y su afinada voz.

¿Cómo puedo explicar semejante ejercicio de vanguardia y surrealismo? El escenario se ve iluminado solo con luces rojas que, al reflejar en el traje de plumas del cantante que parecen disfrazarlo de ángel, lo transforman en llamas, haciendo del escenario un reino de averno que baila al son de unos acordes de cuerda. Pero el gemido de las coristas rompe con esa estética, al mismo tiempo que una rosa explota y deja volar sus pétalos, y el bailarín se desliza por el suelo del escenario. Un deleite poético para mis sentidos y, puede que, de forma aún más subjetiva, una visión política de lo que parecía, a   priori, un simple derroche de elementos artísticos con los que potenciar de misterio una canción.
En la extravagancia de Conan Osiris y su bailarín, observo sus uñas disfrazadas de dorados. Largas varas de oro dibujan lo que parece una flecha agarrada por sus manos. Pero algo más se hace destacar: cuando esas manos se abren, y las varas se separan, observo la caricatura de lo que puede ser una guadaña (o una hoz) que baila con los martillos de sus demás dedos. Y, por si mi subconsciente aún no había conseguido relacionar todo lo que mis ojos recibían, la rosa a sus espaldas se rompe en mil pedazos mientras el rojo del escenario se mezcla con el dorado de sus uñas proletarias.  No sé qué fue lo que mi mente quiso interpretar de su espectáculo. Aquello que mis ojos vieron y mi cabeza enredó se tradujo en una reflexión demasiado libre, pero tal vez correcta, sobre aquel derroche de riesgo y vanguardia. La performance parecía haberse transformado en una carta de agradecimiento al pueblo luso. Obvio que no fue el objetivo del nuevo artista, pero esa extravagancia y simbolismo con el que decoró el escenario me pareció un mensaje para rememorar lo que en 1974 consiguió el pueblo portugués. 

Creo que estoy en la obligación de contar (aunque pueda ser un poco tarde) cómo nació este Festival da Cançao y por qué merece que le dedique tantas palabras. Vayamos  poco más atrás, a 1964, cuando las patitas de la industria musical portuguesa empezaban asomar sus patitas por Europa. A ejemplo de lo que sucedía en otros países, por los pasillos de las oficinas de la RTP, hubo a quien se le ocurrió imitar lo que ya se había convertido en un clásico del viejo continente: crear un Festival de la Canción, una idea poco novedosa que ya se había materializado en el mítico Festival di Sanremo (que
inspiraría el posterior certamen europeo) o en el extinto Festival de Benidorm. El propósito (al menos, aquel que tuvo el beneplácito de la dictadura de Salazar) era elegir al representante de Portugal en el Festival de Eurovisión. Pero los autores y compositores del país tenían otra idea en mente: encender la llama de la revolución en los corazones del pueblo luso, con canciones que, hasta entonces, habían guardado en cajones escondidas con palabras de lucha y libertad.
Todo cambió aquella madrugada de 1974. Hacía casi veinte días que el Festival de Eurovisión había terminado, con la aplastante victoria de ABBA, representado a Suecia con la archiconocida Waterloo. Portugal no tuvo tanta suerte. Europa no supo entender el canto de Paulo de Carvalho, ni las palabras de su E Depois de Adeus, por lo que le otorgaron una pobre 14º posición. Pero eso no importaba. No era Europa la que debía entender el mensaje, pues no serían ellos los que salvarían Portugal. No, qué va. Era su propio pueblo quien, tras escuchar los primeros acordes de la melodía de Carvalho,
se levantaría contra el tirano y abrazaría, por fin, la Libertad bajo un manto de claveles.
Aquel episodio, que pasó a la historia como la Revolución de los Claveles, no hubiera sido posible sin el sentir de la canción portuguesa. El mismo sentir que conquistaría Europa y daría a Portugal su primera victoria en Eurovisión. Salvador Sobral es ya todo un icono de la música, y su Amar pelos dois enamoró tanto al público como a los jurados del certamen. Una bella carta de amor a su querida hermana Luisa. Pero nada fue producto de la casualidad. Hubo algo que cambió al Festival da Cançao, y le hizo volver a sus orígenes. Portugal era distinta: ya no es el patito feo de Europa, sino el cisne que siempre quiso ser, pero que, tras aquella danza de claveles, no la dejaron crecer. Ahora el pueblo mira el futuro con ilusión, y el Festival da Cançao sigue acompañando ese futuro con vanguardia, admiración y riesgo, porque de otra forma no se puede ganar. Puede que Conan sí quisiera simbolizar ese cisne que ya canta por Portugal, o puede que todo lo que acabo de contar solo sea producto del excesivo tiempo libre que tengo y mis delirios proletarios. Pero una cosa puedo sacar en claro, fuera de tanto desvarío.

La música sin libertad es un clavel sin florecer.

Javier Verdejo Rodríguez
Estudiante de Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas en la UC3M. Desde muy pequeño, mostró gran interés por la política. Sin embargo, esta no es su única pasión: la escritura y la música también le acompañan en sus inquietudes. Para él, una simple canción o un relato sin acabar pueden suponer una verdadera revolución para la sociedad: un motivo real para luchar. Por ello, cree que es imposible entender una realidad política concreta sin prestar atención a la expresión artística que lo rodea.

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