Hace tiempo ya que el verano dejó de ser una época de descanso y vacaciones para la clase política española. Y éste nuevo tiempo político que se inauguró el pasado mes de abril, tras las Elecciones Generales no podría ser menos. Los debates, reuniones, rupturas de negociaciones y apariciones televisivas a través de las cuales parecen comunicarse los líderes políticos son la realidad diaria de éste verano.
El último capítulo de esta interminable historia ha sido la renuncia de Pablo Iglesias a formar parte de un futurible Gobierno de izquierdas. Iglesias alteró el relato y la sucesión de los hechos, ya que todo parecía indicar hasta hace pocos días que tanto por parte de Unidas Podemos y PSOE se había roto toda negociación y posible acuerdo. Es decir, hasta llegar el dia de la investidura los líderes de ambas formaciones iban a estar más preocupados por culpar al otro de la falta de acuerdo e imponer su relato sobre el otro. Dejando de lado un posible acuerdo de gobernabilidad.
Tras las elecciones del 28 de abril se dibujó un mapa político en que destacaba la victoria socialista, la debacle popular, el protagonismo de Unidas Podemos en un futurible gobierno progresistas a pesar de su cuarta posición, el amargo tercer puesto para Rivera y la vuelta de la ultraderecha al Congreso de los Diputados. Una vez pasó todo ello, empezaba el análisis de la situación. Medir las fuerzas propias y contrarias y buscar una suma posible que otorgase estabilidad a la política y sociedad española. Parecía fácil, además de la única viable, la suma de las fuerzas de izquierdas con el apoyo de partidos nacionalistas, pero en España lo fácil se vuelve complejo y lo inesperado y sorprendente es la regla general. Y si no recordemos a Mariano Rajoy que pocos días después de aprobar los PGE, dándole así continuidad a su Gobierno minoritario, la sentencia del caso “Gürtel” hacía explotar la tranquilidad política veraniega de inicios de junio del año pasado. Otro verano sin descanso.
Pero no fue el verano pasado cuando la actualidad política comenzó a ocupar los temas de conversación en la calle y medios de comunicación. Las elecciones en junio de 2016 tras la fallida investidura de Sánchez y la negativa de Rajoy de ser propuesto como candidato, inició este periplo político y mediático. Hoy, comienza a hablarse de una nueva repetición electoral, en caso de otra fallida investidura de Pedro Sánchez. Todo ello aunque en términos generales el periodo electoral de 2015 y la repetición electoral de 2016 se recuerde y defina como un fracaso de la clase política española. A pesar de su carácter decepcionante y frustrante nada parece indicar en la clase política española, y especialmente en la izquierda, un cambio de guión, una mirada por encima de intereses personalistas y partidistas para hacer posible un Gobierno estable y que tenga la capacidad de hacer frente a los principales problemas de la sociedad.
Diálogo y responsabilidad
Volviendo al presente, a los vetos y exigencias partidistas. Hoy la única posibilidad de Gobierno tiene dos protagonistas claves PSOE Y Unidas Podemos pero no son estas las únicas piezas centrales. En los últimos días se ha hablado de una posible abstención conservadora para evitar el bloqueo político e institucional.
Pedro Sánchez definió a UP como su “socio preferente”, su “principal interlocutor” y un “apoyo clave para una futura legislatura”. Unión ensayada con un éxito relativo en el acuerdo fallido de PGE. Pero a pesar de que en un principio la receta parece fácil, todo progresivamente ha ido complicándose y a la vez repitiendo los errores y hechos del ciclo electoral de 2015-2016. Pedro Sánchez ha optado en cierta manera, y sin olvidar la negociación con UP, por la estrategia pasiva en la formación del Gobierno. Tradición española inaugurada por Mariano Rajoy en la que el principal protagonista no lleva a cabo una acción activa y de negociación si no que espera que sean las restantes fuerzas políticas incapaces de formar otra alternativas posibles las que le otorguen el Gobierno, sin negociación ni acuerdo alguno. Pedro Sánchez que criticó dicha actuación del Partido Popular en 2016 comienza hoy a actualizarla al presente. Solicita por “cuestión de Estado” (término ya en principio difuso desde el ámbito histórico y teórico) una abstención de Ciudadanos y Partido Popular. La misma posibilitaría la investidura, daría un primer “alivio” a la aventura sanchista. Pero de forma pasiva Pedro Sánchez estaría recibiendo el apoyo, aún en forma de abstención, de los compañeros de viaje de la ultraderecha. Además de abandonar la búsqueda de acuerdos estables con fuerzas de izquierdas y nacionalistas. Colocaría en una situación difícil, compleja e incluso inexplicable para los cientos de militantes que en la noche electoral gritaban junto a Ferraz “Con Rivera no” aunque sea con una abstención.
La temible ultraderecha no es razón suficiente
Y más sorprenden es si cabe la falta de acuerdo por parte de PSOE y UP si se tiene en cuenta que no hay alternativa posible, si no es una nueva repetición electoral. Las tres derechas, en este caso, a nivel nacional, no suman. Si así hubiera sido, quizás con disimulo, secretismo, teatralización de Ciudadanos de cara a la opinión pública o incluso con alguna medida esperpéntica de Vox hubiera habido Gobierno conservador. Ello me lleva a otra cuestión clave y que parece que se ha olvidado de cara a la negociaciones por parte de la izquierda. Las elecciones del pasado abril se presentaron como un punto de inflexión en la estabilidad democrática de nuestro país. La posible presencia de Vox en el parlamento y una hipotética suma con Cs y PP materializando en acuerdo político la foto de Colón provocó, que los sectores progresistas se movilizarán de forma masiva. Desde el PSOE no se cesó en alarmar e infundir la idea de que se estaba ante una situación única e histórica. UP hizo también lo propio. Pero tras el resultado electoral la alarma se evaporó, el miedo quedó en la sociedad y los partidos políticos olvidaron como argumento la amenaza para ciertos colectivos que suponía la extrema derecha. Todo ello parece por lo tanto señalar que todo ello no fue más que una estrategia electoral partidista. Por que en caso de que fuera cosa distinta, no sería razón misma la protección de los derecho de las mujeres, inmigrantes, LGTB, etc. para formar un gobierno de izquierdas. Pues, la falta de acuerdo y la dilatación de unas negociaciones fallidas no parecen ser el mejor camino para frenar a la ultraderecha.
Pablo Iglesias se sacrifica
Los vetos y el imponer la persona por encima de las políticas han sido otras cuestiones claves en los últimos días de negociación. Por parte del PSOE se ha negado y más tarde reconocido que la presencia de Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros incomoda a sectores socialistas. ello tiene una doble consecuencia en primer lugar, pone al PSOE abre su propio retrato critica el personalismo pablistas a la vez que vetan al mismo y por otro otorga a éste, a Pablo iglesias un liderazgo y protagonismo cuestionado por sus propias bases. Refuerzan su figura, lo convierten en un amenaza, en un elemento alejado de la dinámica partidista, le hacen volver a su papel inicial de “luchador” contra la ya olvidada y enterrada “casta”.
Y es que, el veto personalista a la figura de Pablo Iglesias ha sido una cuestión compleja y mediada por los líderes socialistas y su ejército silencioso de asesores. El impedir o no la presencia de Iglesias en un posible Gobierno de izquierdas, abría dos escenarios posibles. Por un lado, la ausencia de veto permitirá a Iglesia convertirse no solo en vicepresidente si no en un tipo de “segundo presidente”, él es líder fuera o dentro del Gobierno. La relevancia e impotencia dentro del ejecutivo podría parecerse-salvando las distancias ideologías y propias de cada país-al papel que ocupa el ministro de interior italiano Matteo Salvini en el Gobierno Conte. Y por otro lado, el negar la entrada al líder de Podemos supondría dejar a este al margen de las responsabilidades y culpas de la labor del Gobierno– en principio al menos personal y simbólico-de la no derogación de la reforma laboral o de los ajustes económicos solicitados en los últimos días por Europa. Pero la “no” sorpresa de la renuncia de Pablo Iglesias a formar parte del ejecutivo ha despertado una nueva estrategia socialista. Los vetos ahora no solo pasan a su persona sino también a miembros de su equipo y de Unidas Podemos. Los vetos simbolizan una actitud de imposición cuyo objetivo es restringir la capacidad de acción de UP. Lo que supone no solo un ataque al “socio preferente”, que es Podemos si no que infravalora su capacidad y demandas de formar parte de un futuro gobierno.
Negociar hasta el final
Negociar es medir las fuerzas del otro, echar un pulso al que a la vez es enemigo y compañero. Pero el verdadero problema llega cuando el debate y la confrontación pasa de lo político a lo personal, haciendo que las diferencias programáticas y de principios pasen a un segundo plano, todo se vuelve más decepcionante y oscuro. La política, en su conjunto pierde, la clase política se aleja de la ciudadanía y crece la desconfianza sobre la misma. En definitiva, toda negociación no se ha de basar sólo en nombres y cargos, Pablo Iglesias ha renunciado a la ambición-no irracional ni loca-de formar parte del ejecutivo, al igual que tampoco renunció Rivera en 2016 cuando Pedro Sánchez le ofreció el cargo de vicepresidente. Pero esto solo es el principio, en una sola noche, en dos tardes no se puede construir un proyecto para cuatro años que dote de estabilidad a España. Aún queda hablar de estructura interna, organización, competencias, medidas y rograma. Csi nada. Y así seguimos otro verano más esperando otra investidura incierta.

Codirector de Ideas en Guerra. Graduado en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Carlos III de Madrid. Interesado en las áreas de derecho público y análisis político. Ha realizado estancias en las Universidades de Barcelona y Chile. Colabora con varios medios de comunicación.