El pasado 1 de marzo, unos 400 jóvenes se concentraron frente al Congreso de los Diputados reclamando que los políticos se tomasen en serio la urgencia y la gravedad del cambio climático. Concretamente, eran recurrentes las comparaciones entre la seriedad con la que se suelen tomar en cuenta los asuntos económicos, respecto al tema medioambiental; mediante frases como “si el planeta fuera un banco, ya lo habrían rescatado” o “no es un cambio, es una crisis” reflejaban esta doble vara de medir. La plataforma Fridays For the Future, que convocó esta concentración, y planea continuar con actividades similares hasta que haya resultados políticos (incluida una huelga estudiantil el día 15 de marzo), no es un fenómeno nuevo en Europa. De hecho, España llega unos meses tarde a un movimiento que comenzó este verano en Suecia, con la estudiante sueca de 15 años Greta Thunberg, y que se ha extendido a numerosos países movilizando a miles de jóvenes. Se definen como un movimiento transversal y sin banderas, que tiene como objetivo reclamar a los políticos, que son quienes tienen en las manos el futuro de los jóvenes, soluciones reales, urgentes y valientes contra el cambio climático; y lo cierto es que los políticos deben escucharlos y tomarse en serio estas demandas, porque no les falta razón.
Nuestro actual modelo económico, centrado en promover el crecimiento del PIB por encima de cualquier otra consideración, nos ha llevado al borde de este abismo; pero estamos en un punto de inflexión, que es lo que algunos expertos han acordado en llamar el peak everything, o el pico de todo.
Nuestro planeta está viviendo una fuerte crisis climática, que entra en simbiosis y refuerza otras crisis que se arrastran, como la social. Según el último informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), quedan 11 años para actuar antes de que se produzca un punto no retorno en esta crisis, y el no hacerlo o no hacerlo suficientemente, puede llegar a arrasarnos como civilización, o incluso, como especie. Por ello, debemos comenzar a cambiar la visión de esta crisis. El dilema no se da entre cambiar o no cambiar de modelo; el dilema es si gestionamos nosotros el cambio, o dejamos que sean las circunstancias de nuestro entorno las que nos arrastren.
Nuestro actual modelo económico, centrado en promover el crecimiento del PIB por encima de cualquier otra consideración, nos ha llevado al borde de este abismo; pero estamos en un punto de inflexión, que es lo que algunos expertos han acordado en llamar el peak everything, o el pico de todo. El consumo descontrolado de recursos naturales, por encima del ritmo de regeneración de estos recursos por el planeta, nunca fue sostenible a largo plazo, y ese largo plazo ya está aquí. Desde 1970 se ha creado un concepto preocupante, el overshooting day, es decir, el día del año en el que el consumo humano de recursos naturales supera la cantidad de recursos naturales que la Tierra producirá en todo ese año; y desde esa fecha no ha hecho más que adelantarse (este 2018 fue el 1 de agosto, en 2017 fue el 3, y en 2016 el 5). Actualmente vivimos como si dispusiésemos de 1,7 planetas Tierra para nuestro uso; pero no disponemos de ellos, y los 0,7 planetas que hemos ido adquiriendo de deuda al año, nos están pasando factura ya.
Una característica de la crisis climática (y en general de todos los cambios ambientales), es la interconexión entre sus distintas manifestaciones, que se retroalimentan entre sí. Así, la contaminación del medio y el agotamiento de recursos que actuaban como sumideros naturales, ha causado un gran incremento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera.
Por otro lado, el consumo masivo de recursos genera a su vez una producción masiva de residuos, ya sea incidentalmente en el proceso de producción (como es el caso de los residuos nucleares) o directamente tras el tiempo uso por los consumidores en forma de basura. El ritmo descontrolado de producción de residuos unido al alto tiempo de degradación de algunos de estos (como el plástico) hacen insostenible su gestión, ni en términos económicos ni de capacidad técnica. Por ello, en la mayoría de los casos acaban vertiéndose al entorno y generando contaminación de ecosistema, suelos, aguas o aire, lo que tiene muy negativos impactos en nuestro planeta y en nosotros como especie.
Una característica de la crisis climática (y en general de todos los cambios ambientales), es la interconexión entre sus distintas manifestaciones, que se retroalimentan entre sí. Así, la contaminación del medio y el agotamiento de recursos que actuaban como sumideros naturales, ha causado un gran incremento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera y su consecuencia, el calentamiento global. Desde la Revolución Industrial la temperatura media del planeta a aumentado 1 oC, y el último informe del IPCC afirma que en caso de llegar a un incremento de 2 oC respecto a los niveles preindustriales (algo que ocurrirá entre 2030 y 2052 si no se hace nada), las consecuencias serían terribles. No se trata únicamente de un aumento del calor. Tenemos que tomar conciencia ya de nuestro lugar en el planeta, y de que nuestro desarrollo como sociedad y como individuos sólo se da en conexión con las características de nuestro entorno, al igual que ocurre con el resto de los seres vivos. Un incremento de un grado más supondría la pérdida o desplazamiento de miles de especies, un incremento del nivel del mar que llevaría a la desaparición de las zonas costeras del planeta (como ya está ocurriendo con la desaparición de Maldivas), una transformación de los ecosistemas en los que encontramos nuestro sustento y un cambio en su distribución o un aumento de los fenómenos meteorológicos extremos y los macro-incendios forestales.
También se ha hablado mucho de la pérdida de biodiversidad del planeta, y resulta conveniente detenerse aquí para entender qué supone y qué conexión tiene con el resto de los fenómenos. Nuestro planeta ha hecho frente a cinco grandes extinciones de especies a lo largo de su historia, pero nunca se había producido una gran extinción como consecuencia de la actividad de una sola de sus especies. Además del valor intrínseco que podamos encontrar en la biodiversidad, esta juega un papel fundamental en la absorción de los gases de efecto invernadero (y de otras formas de contaminación), la mitigación del cambio climático, su adaptación al mismo (sobre todo a través de la variabilidad genética dentro de cada especie) y su pérdida puede provocar graves desequilibrios en los ecosistemas, tan importantes en nuestro sustento.
El agotamiento del planeta, la generación masiva de residuos, la desforestación, el calentamiento global, la pérdida de biodiversidad… Todos estos procesos que están destruyendo nuestro entorno natural; y, como no existe vida social ni humana ajena a las relaciones con su entorno, es evidente que las bases sobre las que hemos construido nuestra sociedad se verán fuertemente alteradas. Bienes como los combustibles fósiles, el suelo cultivable y habitable, la masa forestal o ciertos minerales, van a estar cada vez menos disponibles en la naturaleza a partir de ahora; ¿cómo seguirá funcionando nuestra economía bajo estas condiciones? Lo cierto es que no lo hará, por lo que podemos comenzar a cambiarla ahora o cuando ya no tengamos margen de decisión y las consecuencias sociales y medioambientales para las generaciones futuras sean inevitables: crisis económica, crisis en sectores afectados por el peak everything acompañados de un desempleo masivo, inseguridad alimentaria, desabastecimiento de agua, migraciones y sobrepoblación en determinadas áreas, y puede que como consecuencia de todo ello, una crisis política sin precedentes que acabe con la democracia en favor de un régimen autoritario que pretenda mantener la distribución de los escasos recursos en manos de unos pocos.
La crisis ambiental es una crisis transversal en tanto que nos afecta a todos como humanidad, pero tiene un fuerte sesgo de clase, alimentando también a una segunda crisis que vivimos: la crisis social.
Precisamente esto es lo grave de esta crisis climática que vivimos. Con independencia de la importancia que pueda tener conservar el planeta por su valor intrínseco, es indudable la catástrofe que supondrá esta crisis para la especie humana si no se actúa, empezando por los más vulnerables socialmente que son también más vulnerables al clima. En efecto, la crisis ambiental es una crisis transversal en tanto que nos afecta a todos como humanidad, pero tiene un fuerte sesgo de clase, alimentando también a una segunda crisis que vivimos: la crisis social. El funcionamiento del modelo económico del crecimiento se supedita a los límites del planeta, pero también se supedita a cualquier otro límite social, produciendo desigualdad de rentas, precariedad del trabajo y desempleo. Asigna a las personas un rol social por el que deben trabajar y crear empresas para producir más, y así ganar dinero para consumir más, como ya se ha explicado ampliamente, por encima de las capacidades del planeta. Pero una vez se comienza a notar el deterioro del planeta, este también aumenta la desigualdad existente en y entre países, y las vulnerabilidades de todo tipo. Son los pobres los que más vulnerables son a las migraciones climáticas, a las hambrunas, a la escasez de agua y energía, al desempleo, a las crisis económicas en general; y todos estos fenómenos aumentarán con la crisis ambiental.
No podemos abordar cada una de las crisis independientemente ni tratar cada objetivo social o ambiental por separado, porque ambas tienen el mismo origen. No podemos transitar a un modelo económico ambientalmente sostenible sin tener en cuenta que los cambios tendrán un impacto social; ni podemos intentar conseguir transformaciones sociales sin tomar en consideración qué impacto pueden tener en nuestro entorno, y qué nuevas desigualdades de acceso a los recursos se generarán. Actualmente la humanidad necesita para sostener su modo de vida 1,7 planetas, pero si solamente miramos a las sociedades industrializadas, este déficit aumenta considerablemente. Esto evidencia las responsabilidades de la crisis ambiental y quién tiene la capacidad para hacerle frente.
Pocas personas que lean esto encontrarán algún argumento en las líneas anteriores que no hayan oído anteriormente. Sin embargo, si así es, ¿qué estamos haciendo? Los científicos llevan décadas advirtiendo y la crisis climática no es un fenómeno al que pocas personas hayan tenido conocimiento precisamente. Pero si es verdad que de aquí a unos pocos años (muy pocos, de hecho) contemplaremos como las costas desaparecen, perderemos ecosistemas esenciales para nuestra forma de vida, sufriremos una escasez de recursos que dificultará el acceso a muchos bienes básicos (entre ellos alimento, energía y agua); si es verdad que los niveles de pobreza van a incrementarse exponencialmente, que se pondrá en peligro nuestra seguridad y salud de tal manera que nuestra vida en muchas zonas del planeta será literalmente imposible… Si todo esto es verdad, no se entiende que sea un tema secundario en nuestras conversaciones, nuestras acciones y en la agenda política; y como no se entiende, los jóvenes europeos han dicho que basta. Basta ya a una generación de políticos que no han conseguido tomarse este tema en serio tras decenas de reuniones baldías; basta de justificar la inacción (o la media acción) en base a una supuesta estabilidad económica que tampoco existirá en unos años si no se hace nada; y, sobre todo, basta de tratarlo como un fenómeno climático cualquiera al cual no nos cabe más que resignarnos. No valen excusas cuando se trata de nuestro futuro.
Se suele oír que la generación en el poder es la primera generación que tiene conocimiento científico suficiente para entender lo que estamos haciendo con el planeta, pero también la última que puede frenar este desastre. Como ya he dicho antes, la cuenta atrás está en marcha, y nos quedan once años para actuar antes de que las consecuencias sean irreversibles. La diferencia entre hacerlo o no, no supondrá seguir igual que hasta ahora o cambiar nuestro modelo económico, pero sí supondrá poder elegir (dentro del margen que nos deja el breve tiempo) los plazos, la forma, el alcance de las consecuencias y la adaptación a esta transformación. Este es el principal elemento de una transición ecológica de la economía: decidir el cambio para poder incorporar aquellas cuestiones que se consideren imprescindibles (protección a los vulnerables, resiliencia, progresividad, democracia o justicia social), porque de lo contrario serán las circunstancias las que lo impongan, y en tal caso, tendremos tienen mucho que perder.