Tras un confinamiento, un final de clases atípico y un verano repleto de normativas preventivas para el Covid-19. Hemos de reflexionar sobre cómo ha afectado la pandemia a nuestra forma de entender no solo las metas a nivel individual sino las nuevas posibilidades que se desarrollan ante nosotros.
Aprender, es un trabajo continuo que todos llevamos realizando desde muy temprana edad, y parece que aunque sigamos cometiendo errores, siempre seguimos los pasos de un progreso. La visión de una generación que está llena de
ideas, debe de empezar a salir a la luz.
Unión, cooperación y respeto.
Tres términos que en ocasiones no se entienden bien, o puede que no los hayamos aprendido de forma correcta. Siempre nos dicen que no hay que culpar a los demás de los errores propios y que hay que hacerse responsable de los actos que
cometemos. Bien, es evidente que el brillo por la ausencia de este principio en la sociedad española, es en ocasiones: apabullante.
Mientras países como Alemania o Francia, con sistemas políticos diferenciados, el federalismo y el centralismo, son capaces de lograr, al menos de cara al público, una unidad y coordinación dentro de su territorio. España lucha de puertas hacia dentro y sin descanso. ¿Tenemos un problema? Puede que el problema sea la falta de visión con nuestro alrededor, con la sociedad que compone nuestro país, nos falta perspectiva, y miras, metas. Al fin al cabo los objetivos y la previsión son los requisitos del éxito. Y es que este país debería dar un paso adelante, volver a ser visionario, volver a ser un adalid del progresismo y la innovación. Y con miras de lo que ha sucedido y de lo que puede volver a suceder, tres sencillas palabras pondrían a España en su sitio una vez más: Inversión científica ya.
Y no solo invertir en programas del denominado I+D, sino también en servicios y sectores que vertebran la vida de los ciudadanos, estamos hablando de la Sanidad y la Educación, evidentemente pública. Las cuales tras haber sufrido el colapso y el abandono por parte de las políticas españolas de las últimas décadas se enfrentan al reto de perdurar y casi sobrevivir a las heridas que la austeridad y las políticas neoliberales de algunos partidos han provocado en sus partidas, en su estructura y en el ánimo de muchas trabajadoras y trabajadores que con pasión ven cómo su trabajo ha sido dilapidado y menospreciado durante tantos años.
Sanidad pública, trabajo y futuro.
Y es que como servidores públicos, médicos y docentes, es normal que exijan que sus derechos laborales se cumplan y ahora más que nunca, exigir que su jornadas y salarios estén acorde a la labor y esfuerzo que se dedica desde la Sanidad pública a la salvaguarda de tantas vidas con la problemática y riesgo que la Covid-19 ejerce en cada hospital o la labor de docentes en las aulas donde no solo se les pide educar, sin ahora también prevenir y mantener a sus alumnos a salvo del contagio, ahora más que nunca es cuando huelgas y protestas en estos sectores toman fuerza y relevancia, pues es una cuestión de derechos, y derechos que de tenerlos en la calidad que exigen harían de nuestros sectores públicos básicos un referente del Estado de bienestar.
Los derechos laborales, reconocidos por los poderes públicos para con la ciudadanía se han visto en el punto de mira tras esta pandemia, y es que no solo podemos hablar de los ertes, los cuales han ayudado a que muchas personas hayan
sostenido sus empleados durante el confinamiento, sino también hablamos de las nuevas políticas de conciliación que de hacerse efectiva nos acercar a los socios europeos, y a un modelo laboral diferente.
“Hemos cambiado nuestra forma de trabajar, ahora lo hacemos a distancia.” Otra de las características es ese concepto de teletrabajo, el cual si eres una persona que trabaja para una empresa, una multinacional o realizas tareas de oficina te da la posibilidad de realizar esas mismas funciones desde tu hogar, lo cual no es una bendición pues el hecho de estar en su casa durante todo el día frente a la pantalla, hace que jornadas que antes comenzaban y terminaban en un horarios, se alargan y extienden a lo largo de todo un día.
Pero si no pertenecemos a ese porcentaje de trabajadores asalariados que tiene la posibilidad de conectarse a través de una pantalla y el teletrabajo es algo ilógico en nuestro trabajo, nos tocaba desplazarnos con toda las precauciones a la que
podemos acceder, dependiendo de si nuestro salario llega al mínimo interprofesional o no, y acudir a los centros de trabajo mañana tras mañana, a través de transportes abarrotados de gente que como el resto de trabajadores no
poseen el privilegio de poder trabajar desde su hogar.
Y si esto sucede, cuál es la razón para que en ciudades como en Madrid, los transportes, focos de contagio y pasó de población, no hayan aumentado frecuencia, los servicios se hayan optimizado para un traslado de pasajeros más
organizado y seguro o ¿porque continuamos esperando que las restricciones que la comunidad ha impuesto en estos últimos días, nos dieran certidumbre sobre cómo poder conservar derechos laborales inherentes a los trabajadores sin recortar las libertades personales de todos aquellos que viven en esas poblaciones restringidas
y trabajan en esos centros de comercio en las zonas “ no restringidas”.
Estas cuestiones son el punto iceberg de una gestión entorno al trabajo de dar luces y sombras sobre las posibilidades inconmensurables que se pueden tener en la nueva era que se abre cautiva ante nosotros. ¿Por qué digo esto?
Porque a expensas de la nueva financiación europea, España tiene una oportunidad para avanzar y modular un mercado laboral precarizado, sesgado por cuestiones de clase, estudios, y renta. Un sistema basado en la figura aún muy ensalzada del proveedor de alimentos, del trabajador incansable con vida personal nula, que vive para trabajar y no le da para vivir. Y puede que sistemas como los propuestos desde hace décadas por sociedades como las escandinavas sean revoluciones en nuestro país, pero son modelos de los cuales podemos tomar en consideración principios tan básicos como:
Salarios digno que den a los trabajadores una estabilidad y una vida satisfactoria, una conciliación obligatoria que haga que sesgos como el sexo y el género no abra aún más la brecha salarial, y una concepción del trabajo como una herramienta para vivir bien, pero con la posibilidad de disfrutar del desarrollo personal y no de un trabajo que nos
tenga horas en una rutina imperturbable que hace que al salir de ella, nuestra única aspiración sea volver al día siguiente para tener un día libre a la semana.
Queda mucho por avanzar, pero no tanto por aprender, démosle una oportunidad a nuevas vías de desarrollo en el mundo laboral, exploremos las fronteras de sectores como el industrial o el tecnológico, pero sin dejar atrás a sectores como el cultural, la hostelería o los servicios públicos, pues de ellos depende en gran medida que la sociedad también se desarrolle y pueda disfrutar de otras tantas virtudes que la vida nos da, y más aún después de este parón físico y mental de los últimos meses.