Tres son las producciones que optan a la categoría de mejor serie del año: Patria (HBO España), Antidisturbios (Movistar +) y Veneno (Atresplayer). Las tres comparten su estreno en plataformas de streaming, a las que acompañaron excelentes críticas de especialistas y audiencia. Pero también comparten su aparición en redes y medios de comunicación, colándose en mítines políticos y siendo objeto de denuncias por parte de colectivos, asociaciones y hasta sindicatos. Puede que el valor de estas producciones no recaiga en el aspecto técnico o estilístico, sino en su trascendencia social más allá de la pantalla. Porque una serie que es capaz de materializarse en la realidad, merece ser vista y valorada.
Entonces, ¿qué tienen Patria, Antidisturbios y Veneno para recibir semejante apelativo?
Yo voy más cerca, pero al cementerio – Patria
La serie, creada por Aitor Gabilondo y basada en el libro homónimo de Fernando Aramburu se ha convertido, para muchos, en la serie del año, incluso antes de su estreno. En cuanto la plataforma HBO España publicó el cartel promocional de la serie, enseguida saltaron las alarmas. Una imagen partida en dos: a la izquierda, Bittori (Elena Irureta) abrazando el cadáver de su marido bajo la lluvia. Al otro lado, Joxe Mari (Jon Olivares), que yace encogido en el suelo de una sala de interrogatorios, semidesnudo y dolorido, dando la espalda a tres oficiales desenfocados, culpables e indiferentes ante la escena.
El propio autor del libro llegó a decir que el cartel “desviaba la atención del dolor de las víctimas”, aunque también reconoció que la serie en conjunto sí reflejaba la intención de su libro. Y es que Patria refleja las dos caras de una misma moneda. Por un lado, el dolor de dos mujeres enfrentadas, familias de víctimas y verdugos, en un pueblo que da la espalda a los amenazados y guarda silencio ante el terrorismo. Es el enfoque más personal y reconocible del dolor de aquella Euskadi que vivía bajo el yugo del miedo. Pero además refleja el infantilismo político de aquella sociedad, especialmente de los jóvenes de la izquierda abertzale, que llegaban a ver la realidad como un simple juego revolucionario.
En un episodio Miren (Ane Gabarain), madre de Joxe Mari, asiste a manifestaciones en apoyo a los presos, con gran fervor político y como muestra de apoyo a su hijo. Es uno de los personajes más complejos de la obra, y tampoco la serie nos facilita el trabajo de saber empatizar con ella. Pero podemos intuir que en su mentalidad cabe más el dolor y la preocupación de una madre que una verdadera conciencia política. En otro episodio, Nerea (Susana Abaitua) intenta convencer a su amiga Arantxa (Loreto Mauleón) para ir con ella y unas amigas a unas concentraciones de apoyo a los presos etarras, pero Arantxa se niega y afirma que esto ya no es un juego.
ETA protagoniza uno de los episodios más oscuros de nuestra historia reciente y la serie nos muestra, con gran incomodidad, quiénes estaban de su lado. Habría que destacar el párroco del pueblo, el cual es capaz de ver en la acción terrorista las virtudes de la cristiandad. Un excelente guiño al apoyo que ciertos sectores de la Iglesia Católica dieron a la banda terrorista, aunque muchos parecen haberlo olvidado.
La otra cara de la serie no tiene que ver con el argumento en sí. Resulta decepcionante (debo reconocer) que la serie no haya sabido explotar el significado de su propio cartel. Apenas se muestra algo en los últimos capítulos, pero tampoco se profundizan. Hablo de las GAL, cuyo nombre solo se menciona un par de veces en toda la serie. La forma que tuvo el gobierno de Felipe González de enfrentar a la banda terrorista fue, para muchos, muy cuestionable. No solo era ineficaz, sino que sus acciones rozaban la ilegalidad y se sobrepasaron los derechos humanos en múltiples ocasiones. El llamado Grupo Antiterrorista de Liberación también forma parte de la historia de ETA, pero sigue habiendo muchos interrogantes sobre sus actividades. Y no parece que la vayamos a tener.
Pese a sus imperfecciones, Patria tiene un gran valor como narrativa histórica. Y se hace necesaria cuando somos testigos de cómo políticos y partidos como Vox o el PP se atreven a desenterrar muertos para llenar sus mítines y proclamar su demagogia. El dolor de las víctimas no lo merece. No todos sufrieron igual. No siente lo mismo la madre que se hace mil kilómetros en bus para ver a su hijo que la que coge un bus de quince minutos para ir al cementerio. Pero ambas sufren. ETA ya no existe. No es más que un recuerdo del pasado que nunca debemos olvidar. Y solo nos queda el perdón.
Un poco de chulería – Antidisturbios
Una idílica estampa familiar que termina en tensión cuando padre e hija discuten por una tonta mentira jugando al Trivial. Con esta primera escena, nos sumergimos en el thriller policíaco de Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen, creadores también de la película El Reino, nominada al Goya a Mejor Película en 2019. Seis antidisturbios (interpretados por Raúl Arévalo, Álex García, Hovik Keuchkerian, Roberto Álamo, Raúl Prieto y Patrick Criado) intervienen en un desahucio que termina en tragedia. Pero esto es solo la antesala de toda una investigación dirigida por Laia (interpretada por Vicky Luengo) una agente de Asuntos Internos, que termina por destapar el lado oscuro del poder judicial.
Líderes políticos como Gabriel Rufián calificaron la serie como un “auténtico documental”, mientras que algunos sindicatos policiales denunciaron la mala imagen que se daba de los cuerpos, pese a que la producción contaba con el asesoramiento y la dirección de la DGP. Es obvio que la serie no iba a dejar indiferente a nadie, y menos cuando, apenas unas semanas antes, los medios de comunicación se hacían eco de las cargas policiales de Vallecas durante las concentraciones contra la gestión de Isabel Díaz Ayuso. Con todos estos ingredientes, Antidisturbios traspasa lo meramente audiovisual y nos regala un relato terriblemente humano para descubrir qué personas hay detrás de cada uniforme y placa.
Hay escenas que uno llega a cuestionar si perjudican o benefician las intenciones humanísticas de sus creadores. Un par de policías esnifando cocaína, lenguaje sexista y momentos de ira descontrolada son motivo suficiente para justificar los ataques o alabanzas de la serie. Pero hay algo en lo que pocos parecían haberse percatado. La salita de estar de una comisaría, un lugar de reunión para los agentes, en cuyas paredes y techos cuelgan banderas y bufandas. Las hay republicanas y constitucionalistas. También hay carteles de Euskal Herria y la izquierda abertzale y, de forma más tímida, una bandera franquista. La serie no explora la ideología de sus personajes, pero sí da a entender que cada uno de los agentes tiene su propia concepción de la política. Y no hay nada más humano que eso.
Pero la clave política de esta producción no reside en la actitud o la personalidad de los individuos que forman los cuerpos, sino en todo un sistema político que va más allá de la acción de los agentes. Hay una afirmación anticientífica, muy común en diversos sectores de la izquierda, que pretende la abolición de la policía o la reforma de sus funciones sin atender a la realidad política del Estado. Su discurso tiende a enfocarse en la buena o mala praxis de la policía, y no en la naturaleza de sus funciones, como si fuesen un cuerpo independiente que juega en base a unas reglas propias. Por supuesto que la realidad del abuso policial está presente y que la carencia de medios agudiza esta situación, la cual debe ser denunciada y juzgada. Pero esto no debería sustituir al análisis del por qué no debemos configurar las acciones policiales desde una perspectiva moralista, en tanto a si son “buenos o malos agentes”.
Donde hay un Estado, sea burgués u obrero, hay un cuerpo policial que abarca multitud de funcionarios y medios con los que garantizar el orden y la ley, y que está, además en constante relación con los poderes judiciales y burocráticos. Así se aprecia a medida que avanza la serie, con una clara influencia de los casos conocidos del excomisario Villarejo. La ejecución de los agentes era el último eslabón (y, posiblemente, el único imprudente) de todo un sistema de corrupción en el que participaban multitud de ámbitos estatales y privados, incluyendo el propio sistema judicial, que pretendía nuevos ataques a la clase trabajadora. Y es que detrás de aquel accidente que acabó con la vida de un hombre no hay (únicamente) una mala praxis policial, sino todo un sistema que no funciona y que solo responde en favor de una clase dominante. Aquí no entran juicios de valor, sino un análisis científico y marxista de la sociedad de clases.
Para terminar, me gustaría recuperar las palabras de uno de los agentes en la serie. Diego (Raúl Arévalo) justificaba su labor policial con la siguiente frase: Me gusta pensar que ayudo a que las cosas funcionen un poco mejor. Solemos creer que detrás de cada acción hay una buena intención. Pero a la hora de juzgar las relaciones de clase, no caben juicios de valor. La policía no es buena o mala, simplemente sirve.
Nunca debiste cruzar el Mississippi – Veneno
La serie, creada por Los Javis y basada en las memorias de Cristina Ortiz “La Veneno ha transformado el icono televisivo en un auténtico motor político para el colectivo LGBT. Y no solo eso, sino que ha dejado en evidencia las vergüenzas de la sociedad española, enseñándonos que todavía queda mucho por hacer para garantizar los derechos de las personas trans.
Para muchos, la Veneno no fue más que un juguete roto de la televisión. Pero para otros, fue algo más. Y con esta premisa, la Veneno cobra vida en cada capítulo (interpretada en sus distintas etapas por Jedet Sánchez, Daniela Santiago e Isabel Torres), acompañada de su inseparable amiga Paca la Piraña, y nos muestra la realidad de las personas trans, la cual, hoy en día, no parece que haya mejorado. De ahí el valor de poner en tela de juicio las condiciones de vida de las personas trans, un colectivo precarizado, mayormente en paro y que sufre constantemente agresiones físicas y psíquicas. Cristina se ha convertido en el espejo en el que muchas personas se ven reflejadas, y su placa en Madrid (pese al vandalismo) sigue llenándose de ofrendas, velas y flores.
Pese a algunos errores como la falta de representatividad racial o ciertas libertades con respecto a su vida personal, la serie Veneno ha emocionado a miles de personas, alcanzando cuotas de pantalla del 18% en Antena 3 con la única emisión de sus dos primeros capítulos (los demás siguieron lanzándose por la plataforma de pago Atresplayer). Figuras políticas del gobierno como Irene Montero han reivindicado la serie para entender el estigma que sufren las personas trans. Un estigma que sigue cobrándose la vida de muchas personas trans.
Algún día conoceremos el contenido de la nueva La Ley para la Igualdad Plena y Efectiva de las Personas Trans que ya prepara el gobierno, y seremos testigos del debate parlamentario del hemiciclo. Sin embargo, diversos sectores feministas han manifestado su oposición a la ley, tomando actitudes ciertamente reaccionarias que les acercaría más a Vox que al progresismo del gobierno. Y es que gran parte de las críticas vertidas contra dicha ley vienen de ámbitos de la izquierda, especialmente del PSOE. Pocos parecen haber olvidado aquel documento tildado de tránsfobo y firmado por Carmen Calvo, quien llegó a tomar el feminismo como una seña personal con aquella camiseta que decía I’M FEMINIST. Lo cierto es que la tramitación de la Ley Trans, que prevé impulsar la despatologización de la transexualidad (acorde a los criterios de la OMS) y la autodeterminación del género, puede convertirse en el nuevo quebradero de cabeza del gobierno de coalición, no solo entre el PSOE y Unidas Podemos, sino dentro del propio Partido Socialista.
Pero su debate no ha ido solo en relación con los derechos de las personas trans, sino que también ha puesto sobre la mesa cuestiones como la propiedad intelectual y la piratería. Muchos usuarios han señalado lo necesario que era emitir esta serie en canales abiertos, pues es evidente que una plataforma de streaming queda reducida a quienes, en principio, pagarán por su contenido. El mercado se reduce bastante, y si el público que accede a dicho contenido es menor, ¿de verdad sirve de algo el mensaje social y político que persigue la serie? Es aquí donde otros usuarios también valoraron el papel del grupo Atresmedia con respecto a los derechos del colectivo LGBT, cuestionando la constante presencia de figuras de extrema derecha (y alguna de izquierdas) que cada día irrumpen en platós de tertulia política. Todos estos elementos fueron motivo más que suficiente para que usuarios reivindicasen la piratería, como forma de acceder al contenido sin dar un duro a empresas cuya participación en los derechos LGBT era, cuanto menos, cuestionable.
Pese a todo, Cristina es un icono cultural y político. Ella nunca fue consciente de lo que eso significaba, ni tampoco lo pretendía. Cometió muchos errores en su vida, y desde luego nunca fue un ejemplo a seguir. Pero su historia nos ha permitido tomar conciencia de los derechos de las personas trans, y entender por qué la Veneno significa tanto para mucha gente, especialmente joven, aunque algunos no logren comprenderlo.
Descansa en paz.