Tras la lectura de Stefan Zweig, un coloquio con un viejo amigo dedicado al mundo de la música y la indagación interna ulterior, me propuse escribir este ensayo sobre una problemática a la que no se le otorga la trascendencia que se merece. Y es que la realidad es la siguiente: nuestra sociedad no fomenta ni reconoce la cultura, el conocimiento y la intelectualidad per se ; siendo tal vez la principal problemática que tan siquiera somos conscientes de las desastrosas consecuencias que de ello se pueden derivar.
Aquello que se encuentre relacionado con el campo anteriormente descrito, entendido de una forma abstracta y genérica, no posee un atractivo para la población española. La percepción social de estas esferas es, en muchas ocasiones, la de la irrelevancia; mientras que en otros casos se encuentran valoradas negativamente. Así lo revela la última Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales en España elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), en la que se recogen estadísticas como que la valoración media del grado de interés por los museos, exposiciones, galerías de arte, monumentos, yacimientos arqueológicos y archivos se sitúa en 4’56 en una escala de valores de 0 a 10. Asimismo, señala
que la valoración media del grado de interés en lectura de libros relacionados con la profesión o estudios es de 4’8 sobre 10; así como sitúa el grado de interés en la asistencia a bibliotecas en 3’1 puntos. Este desdén se vierte en las nuevas
generaciones con el peligro que supone la conversión de esta fría perspectiva en una actitud crónica y estructural de la sociedad.
Hoy por hoy, es posible extraer del mismo sistema educativo el fenómeno anteriormente descrito. Las diversas generaciones van cursando sus estudios obligatorios sin más interés que obtener la habilitación que el título correspondiente otorga. Incluso en el momento de afrontar los estudios superiores, aquellos en los que supuestamente el alumno puede disponer su emprendimiento o no, en un gran número de ocasiones se acometen fruto de la inercia del individuo en su vida estudiantil y la posición acomodada del mismo. En las aulas, los estudiantes se mofan del compañero que muestra un interés por las lecciones del maestro, mientras que admiran y toman como modelo al que entorpece y se enorgullece de su inadecuada conducta ante el profesor.
Si bien serán analizadas posteriormente las posibles causas y consecuencias de este fenómeno social, conviene señalar en este momento que dicha posición dista de otros modelos de sociedad que, aunque fracasaron por otras razones,
propugnaban un modelo cultural y académico enriquecedor en múltiples aspectos.
A este efecto, mención distinguida merece la sociedad vienesa del siglo decimonónico. Stefan Zweig, escritor y filósofo austríaco de la época, la ilustra con esmero en su obra El mundo de ayer . En ella, nos muestra una sociedad entusiasmada por el teatro, la literatura y el arte. Una sociedad donde los acontecimientos culturales monopolizaban las conversaciones y ocupaban la parte destacada de los periódicos. Una sociedad donde los adolescentes, tras la escuela, corrían al café – centro de ocio cultural de la época – y a las bibliotecas para ahondar en el conocimiento. En suma, una sociedad entusiasmada por entusiasmarse: donde todo aquello relacionado con el conocimiento y el saber tuvo una posición reconocida; originando una generación de jóvenes apasionados por el aprendizaje y con capacidad crítica, que aportó la poca luz que se vislumbró en el siglo venidero.
Ahora bien, frente al modelo recién descrito, es preciso preguntarse a qué obedece la situación actual de desidia ante la cultura y el conocimiento. En lo que se refiere a los jóvenes, no parece albergar mayor duda pues la misma radica en la ausencia de una sociedad que fomente este entusiasmo por la cultura: únicamente puede nacer dicho interés por eventualidades consistentes en la aparición de un individuo que en el proceso de socialización del menor aporte un atisbo de luz: una familia ilustrada, un profesor capaz de transmitir dicha pasión, el contacto con cierto círculo donde se promueva alguna actividad cultural, etc. Y eso siempre que el menor no haya sucumbido ya ante el fantasma de nuestra sociedad, la cual, como hemos señalado ya, no prima tales valores e interfiere, como es lógico, en el proceso de socialización del menor. Por ende, la pregunta debería enfocarse en torno a cómo se ha alcanzado este punto en el que los valores dominantes ignoran el enriquecimiento del espíritu a través del conocimiento; siendo una de sus plasmaciones la
percepción de la educación como un trámite y no como una oportunidad y privilegio.
Uno de los primeros puntos que podría indicarse como causa de esta situación es la actividad política de las diversas formaciones. Si bien no es el objetivo de este ensayo entrar en conjeturas acerca de la voluntad oculta o no de crear una sociedad desinteresada en el conocimiento y sin capacidad crítica, es innegable que fruto de las distintas decisiones políticas de las diversas formaciones se ha alcanzado este punto en el que – además de la desigualdad de oportunidades existente entre los menores – el conocimiento no posee un atractivo para la sociedad. En este sentido, es preciso tener en cuenta el mandato contenido en el artículo 44 de la Constitución, dado que, por más que se realicen determinadas actividades de promoción, es incuestionable la incapacidad para despertar el interés de la ciudadanía por parte de
los poderes públicos; debiendo plantearse aquí, meramente, la necesidad de los partidos de revisar su agenda política en atención al citado precepto para evitar su menoscabo.
Otra posible causa es la mercantilización de la educación y el desprestigio que, en parte a consecuencia de lo anterior entre otros factores, presentan los estudios universitarios. Sin olvidar a todos aquellos jóvenes que sufren la desigualdad de cuna y la escasez de oportunidades – existiendo múltiples estudios que asocian la capacidad socioeconómica con el rendimiento académico – , es preciso comentar la facilidad académica que supone para ciertos jóvenes el acceder a los estudios superiores en algunas ocasiones. No es el objeto de este ensayo dificultar el acceso a los estudios universitarios a los jóvenes, principal ascensor social de las distintas clases, sino tal vez revisar en ciertos casos la complejidad que una reputada institución como la Universidad merece. Todo ello, sumado a universidades que ofrecen y crean grados como si de meros productos se trataran, así como lanzan campañas de desprestigio contra la universidad pública, redunda en el desprestigio y escaso reconocimiento de lo intelectual y académico; lo que contribuye, como se está defendiendo desde el principio de este ensayo, en una apatía respecto al conocimiento y el saber por parte de la sociedad y, en última instancia, los jóvenes.
En cuanto a las consecuencias que se pueden derivar de esta falta de interés de la sociedad por lo intelectual, es posible postular una serie de inferencias. De una parte, puede acarrear una falta de atractivo de posiciones necesarias. La
banalización de determinados oficios a causa del conjunto de factores mencionados anteriormente, puede conllevar una reducción de la fascinación de los jóvenes hacia los mismos. Esto, a su vez, comporta que resulte admisible pensar que, en un futuro, la producción o calidad artística, literaria, científica o académica se vea estancada, reducida o mermada en aspectos cualitativos. Son muchos los intelectuales de la sociedad vienesa, que anteriormente tomábamos como modelo,
que a su treintena de edad ya habían producido gran parte de su obra; alentados por una sociedad entusiasmada por el saber, la cultura y todo aquello relacionado con el conocimiento.
Otra de las consecuencias del desinterés de la ciudadanía por los diversos campos del conocimiento es la creación de una sociedad más dócil y manipulable. Por una parte, la falta de atracción por los mismos deriva en un desconocimiento de la vida política; de los mecanismos y derechos existentes para hacer valer sus derechos; de los pilares necesarios que sustentan el Estado social y democrático de Derecho; así como de una pluralidad de aptitudes necesarias para poder vivir de la forma más independiente intelectualmente hablando y alcanzar la capacidad crítica indispensable para captar y analizar la información de nuestro entorno. Todo ello, conforma una sociedad más fácil de dominar y manipular para los poderes públicos.
Por otra parte, la producción académica y cultural en sus múltiples manifestaciones, además del entretenimiento y regocijo que aporta a la ciudadanía, actúa como estandarte en aquellas ocasiones en las que el panorama político se ve enturbiado y adquiere un tono beligerante. La existencia de un menor número de personas que crean y alumbran el camino al resto de la sociedad facilita una hipotética caída de la democracia frente a los populismos. Múltiples intelectuales, entre los que se puede destacar a Romain Rolland o al mismo Stefan Zweig, combatieron los nacionalismos y burdas mentiras de las distintas guerras que infestaron el Siglo XIX.
En conclusión, la apatía en torno al conocimiento y el saber que inunda nuestra sociedad nos convierte en una comunidad vulnerable. Son muchas las sociedades que a lo largo de la historia han creído situarse por encima de los sistemas y estructuras político-culturales de otras épocas; creyéndose que las guerras y los conflictos son cosas del pasado. El desinterés por todos los campos del conocimiento, e incluso el desprestigio en determinadas ocasiones, puede conllevar
nefastas consecuencias para el porvenir de una sociedad. Merecemos como pueblo un sistema que desde el proceso de socialización mismo, aún en nuestra época de bachilleres, nos advierta, alerte y otorgue a la cultura – así como al saber de forma amplia – el papel que debe ocupar para el correcto funcionamiento de un Estado garante de libertad. Porque el conocimiento nos hace más libres
Oscar Mari Prats