En un artículo anterior, que podéis leer aquí, ya se planteó una primera crítica a las ideas de Rawls, especialmente a su idea del velo de la ignorancia y a su concepción del individuo, y se expusieron brevemente algunas de sus ideas fundamentales. En este artículo no trataremos ya la concepción individual, sino social, del sistema rawlsiano, y sus consecuencias.
Rawls (2018) parte de la premisa de que para encontrar una base filosófica y moral aceptable hay que «fijarse en la cultura política pública de una sociedad democrática […] en busca de ciertas ideas familiares de las que pudiera desprenderse una concepción de la justicia política», por lo que «se asume que los ciudadanos de una sociedad democrática tienen al menos una comprensión implícita de estas ideas» (p.27). Por tanto, las ideas fundamentales de la justicia como equidad, que es la concepción de justicia que defiende Rawls, proceden de la cultura política pública y son familiares para todos, lo que la dota de legitimidad para ser aceptada públicamente.
La justicia como equidad está, por tanto, ligada «con el sentido común de la vida cotidiana» (Ibid, p.28), que delimita lo que es razonable y lo que no es razonable, y por tanto determina lo que es aceptable para una sociedad bien ordenada por los principios de justicia que defiende Rawls. Por eso, debemos plantearnos: ¿Qué es y a qué responde el sentido común?, ¿de dónde surgen los valores morales compartidos?
La relación entre el pensar y el ser
Si nos posicionamos en el campo idealista de la filosofía, podríamos pensar, por ejemplo, que existen unos valores morales universales, ahistóricos, en cierto modo independientes del ser humano, dados a él desde fuera; o bien intrínsecos a las personas, que podemos intuir de alguna manera como parte del sentido común.
Rawls, ciertamente, reniega de la idea de una moral universal en cuanto pretende postrarse por encima de las doctrinas comprehensivas razonables y, simplemente, encontrar un consenso entrecruzado. Sin embargo, sigue sin superar los marcos del idealismo filosófico, puesto que, al partir del sentido común, de la cultura política pública de la sociedad, no hace otra cosa que asumir como razonables los postulados morales que existen en ella, sin cuestionar los orígenes de esos valores morales y sin tener en cuenta su estrecha ligazón con las condiciones materiales y el desarrollo histórico de las sociedades.
Bosenko (2018) explica que «el modo de producción engendra las correspondientes relaciones de producción determinadas» (p.60); es decir, ante unas condiciones particulares en la producción material e ideal –en la relación del ser humano con la naturaleza– se constituyen también unas maneras particulares de relación entre las personas.
Por tanto, como «el espíritu no existe independientemente del cuerpo», sino que es más bien un «reflejo del mundo exterior» (Lenin, 1974, p.100), al cambiar ese mundo exterior, es decir, las condiciones materiales que rodean a las personas, cambiarán también los modos de relacionarse entre ellas mismas y entre ellas y la naturaleza, lo que repercutirá en las ideas que las personas tienen sobre lo establecido, incluyendo las ideas morales y aquello razonable.
Así pues, como «la materia es inconcebible sin el movimiento» (Engels, 1961, p.48) y, por ende, está en constante desarrollo, también lo están las ideas y la consciencia. Marx y Engels (1974) lo sintetizan muy bien:
La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su intercambio material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia (p.26).
Esto demuestra que «no existe un sentido común solo, sino que también el sentido común es un producto y un devenir histórico» (Gramsci, 2020, p.276), y por tanto «las ideas de bien y de mal han cambiado tanto de pueblo a pueblo y de siglo a siglo, que con frecuencia incluso se contradicen» (Engels, 1968, p.104).
Ideología dominante
Debemos tener en cuenta, además, que no vivimos en sociedades en abstracto, sino en sociedades con cultura e historia, cuyo desarrollo ha sido producto, en última instancia, de los avances de las fuerzas productivas y, en un sentido más amplio, de la lucha de clases (Engels y Marx, 2011), las cuales están posicionadas de una determinada manera en el sistema productivo con unos intereses objetivos y materiales propios. Es importante entender, entonces, que las ideologías –en un sentido amplio– están ligadas a las clases, que por sus condiciones materiales generan una visión del mundo determinada.
De esta forma, en un sentido general podemos decir que «las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas», y, por consiguiente, «la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante» (Engels y Marx, 1974, p.50).
Como hemos visto, lo razonable y las ideas sobre qué es justo y qué no, las ideas morales en su conjunto, han cambiado a lo largo de la historia de acuerdo, en última instancia, a los cambios en los sistemas productivos y en las condiciones materiales en general. Por consiguiente, lo que hoy consideramos razonable o moralmente correcto no se corresponde con unos valores universales, ya sean independientes o intrínsecos a nosotros, sino con unas ideas que surgen de la intelectualidad de una clase determinada, en este caso de la burguesa, dominante desde las revoluciones liberales.
Desde que la burguesía se configuró como clase dominante, muchas de las ideas y de los valores han cambiado en una dirección u otra, a la luz del conflicto entre el capital y el trabajo, que construyó las bases para la aparición de la tradición del pensamiento socialista en su más amplio espectro, y que ha ido evolucionando, junto con las tradiciones burguesas o aristocráticas, en ocasiones incluso combinándose, dando así a una gran cantidad de ideologías y de maneras de entender el mundo, lo que, en palabras de Rawls, podemos llamar pluralismo razonable.
Pese a este pluralismo de doctrinas y de ideologías, aquellas que han acabado imponiéndose en las sociedades capitalistas no pueden llegar a construir un modelo teórico capaz de entender las contradicciones propias de las sociedades de clase y dar una respuesta científica y coherente para la superación de dichas contradicciones. Por lo tanto, las doctrinas que podríamos considerar hoy en día razonables son todas aquellas que de manera explícita o implícita aceptan el modelo productivo capitalista y no aspiran o no pueden superar sus márgenes.
Lo que esto significa es que si partimos del sentido común, de las ideas razonables que existen en una sociedad, para encontrar unos valores morales sobre los que construir un modelo teórico, dicho modelo teórico no servirá sino para legitimar esas sociedades existentes, puesto que, en definitiva, está partiendo de la ideología dominante cuyo interés es la reproducción del statu quo, y por tanto llegará a la conclusión de que lo que ya existe, en su aspecto más general, es lo correcto.
Intereses de clase
Además, tal y como explica Engels (1968), dado que las diferentes clases, aun con sus propias facciones internas, «tienen su moral propia, no podemos más que sacar una conclusión, y es que, consciente o inconscientemente, los hombres toman, en último análisis, sus ideas morales de la situación práctica de su clase» (p.104). Esto es claro cuando analizamos la propuesta normativa de Rawls de acuerdo a las conclusiones que extrae de su modelo teórico.
A través del velo de la ignorancia, Rawls llega a la conclusión de que existen dos principios de la justicia fundamentales, y que ni el capitalismo de laissez-faire, ni el capitalismo del Estado de bienestar, ni el socialismo de Estado con economía planificada, se corresponden con dichos principios (2018). Para él, el único modelo capaz de regirse por los principios de la justicia como equidad es lo que denomina la democracia de propietarios.
Según Rawls (2018), «dicha democracia es una alternativa al capitalismo» (p.185), lo que parecería refutar el hecho de que el modelo teórico de Rawls legitima el sistema productivo actual. Sin embargo, su propuesta de la democracia de propietarios no solo permite la existencia de un mercado y de la propiedad privada de los medios de producción–que son precisamente las bases fundamentales del modelo productivo capitalista–, sino que lo que pretende es, precisamente, recuperar el capitalismo premonopolista, el capitalismo de pequeños propietarios.
Esto, evidentemente, no es sino la aspiración de máximos de la pequeña y mediana burguesía –de los pequeños propietarios– que es incapaz de competir en el mercado en la etapa imperialista del capitalismo, que se caracteriza por el dominio de grandes monopolios y oligopolios (Lenin, 2012). En definitiva, el sistema teórico de Rawls no solo legitima la existencia del sistema capitalista, sino que además es profundamente reaccionario en cuanto pretende dar marcha atrás a la rueda de la historia y regresar del imperialismo al capitalismo premonopolista, cuando el primero no es sino la continuación lógica del segundo.
Bibliografía
Bosenko, V. (2018). Contenido gnoseológico del concepto de materia. En Carrión, V.A. (Ed.), El proceso de formación de la teoría. (pp. 45-63). Ecuador: Edithor.
Engels, F. (1968). Anti-Dühring o la revolución de la ciencia de Eugenio Dühring. Madrid: Editorial Ciencia Nueva.
Engels, F. (1961). Dialéctica de la Naturaleza. México: Editorial Grijalbo.
Engels, F., y Marx, K. (1974). La ideología Alemana. Barcelona: Ediciones Grijalbo.
Engels, F., y Marx, K. (2011). Manifiesto Comunista. Madrid: Alianza Editorial.
Gramsci, A. (2020). Notas para una introducción y una aproximación al estudio de la filosofía y la historia de la cultura. En Rendueles, C. (Ed.), Escritos (antología). (pp. 272-300). Madrid: Alianza Editorial.
Lenin, V.I. (2012). Imperialismo: la fase superior del capitalismo. Barcelona: Taurus.
Lenin, V.I. (1974). Materialismo y empiriocriticismo. Barcelona: Editorial Laia.
Rawls, J. (2018). La justicia como equidad. Una reformulación. Barcelona: Ediciones Paidós.

Hijo de uno de los muchos exiliados de la dictadura argentina, catalán de adopción. Interesado en el estudio de la filosofía política y la historia. Cree que la lucha se debe llevar a cabo día a día en los centros de trabajo y de estudio, así como en el plano de las ideas.