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COALICIÓN: pan para hoy, hambre para mañana

El acuerdo parecía hecho el 28 de abril. Sin embargo, cuando llegó el momento de la verdad, el de las negociaciones, las diferencias se convirtieron en desconfianza y la desconfianza acabó rompiendo casi todos los puentes. Acuerdo programático. Coalición. Dos fórmulas completamente diferentes. Ambos partidos tienen motivos para defenderlas. Seguro que sí. Pero hay que preguntarse cuál sería la opción más beneficiosa para ambos. Si es que hay una que pueda ser buena para las dos izquierdas.

En este artículo me propongo demostrar que sí. La coalición resta. Ata a Podemos. No permite al PSOE colonizar el centro aprovechando la derechización de Ciudadanos. Moviliza a la derecha. Transmite la tensión entre ambas fuerzas desde el Congreso al interior del Gobierno. Y tampoco asegura la estabilidad, al no sumar mayoría absoluta. Esto, sumado a la desconfianza actual entre los partidos de Sánchez e Iglesias, hace que un acuerdo programático parezca una opción mucho más viable y positiva.

 

Crónica de un no acuerdo

Durante los últimos meses venimos asistiendo a un intenso debate sobre la fórmula de gobierno que llevaría consigo un hipotético acuerdo de PSOE y Unidas Podemos. El PSOE propone un gobierno en solitario sostenido por un acuerdo programático. Unidas Podemos exige la formación de una coalición. Aunque la posición del PSOE se ha movido en varias ocasiones, ofreciendo desde ministros independientes cercanos a Podemos hasta puestos intermedios en la Administración, pasando por una coalición con 3 ministerios y una vicepresidencia para UP, y Podemos llegó a acceder a la exigencia socialista de que su líder Pablo Iglesias no fuera vicepresidente de una coalición, un ancho mar continúa separando las posturas de ambos partidos.

Tras las elecciones del 28 de abril, la amplia victoria del PSOE y el aumento de escaños de la izquierda (pese a la pronunciada caída de Unidas Podemos) llenaron de esperanza a la izquierda. La relación entre ambos partidos parecía sana. Apenas hubo ataques en campaña. Había una amenaza común. Una seria amenaza. Las encuestas mostraban una cierta ventaja del bloque de derechas que haría presidente a Pablo Casado con el apoyo de Ciudadanos y Vox. Sin embargo, una buena precampaña del PSOE (la campaña, no tanto), dos buenos debates electorales de Pablo Iglesias y el amenazante tono de las derechas, junto a la sensación de una ventaja de estas, llevó a una gran movilización progresista el 28-A. El PSOE pasó de 84 a 123 escaños y Unidas Podemos consiguió aguantar con 42 (venía de tener 71, pero los sondeos auguraban unas semanas antes una caída algo mayor). El gobierno de la moción de censura (el PSOE en solitario, pero con UP como socio parlamentario) pasaba de 155 a 165 escaños.

Con la victoria de la izquierda se abrió la esperanza de un nuevo gobierno de izquierdas en España. Sin embargo, tras las elecciones generales seguía la campaña: las europeas, municipales y autonómicas se celebraban apenas un mes después. Así, no parecía momento de negociar ningún gobierno. Tampoco se consideró pertinente iniciar las negociaciones hasta que no se constituyeran los ayuntamientos, a mediados de junio. Así, hasta casi dos meses después de las elecciones del 28-A no se empezó a hablar de la configuración del nuevo gobierno.

Es en este momento en el que se empiezan a ver las diferencias entre el PSOE y Unidas Podemos. Si bien ambos partidos seguían reproduciendo las posiciones que habían expuesto durante la campaña (el PSOE, acuerdo programático; UP, coalición), la victoria electoral había hecho olvidar la distancia de sus posturas. El PSOE, que, no solo ganó las generales, sino que, a diferencia de Podemos, salió muy reforzado de las elecciones de mayo, se veía legitimado para imponer su posición: continuar con la cooperación parlamentaria de los 10 meses previos. Sin embargo, Podemos no se movió ni un ápice: coalición o coalición. Y avisaba al PSOE de que “muchos de sus votos eran prestados” (algo que no confirmaron los resultados de las elecciones de mayo) para forzarle a aceptar su posición. Así, en esta situación de bloqueo, el PSOE decidió hacer nuevas ofertas: gobierno de cooperación, gobierno del PSOE con ministros independientes de ‘reconocido prestigio’ propuestos por UP… No eran propuestas de coalición, así que también fueron rechazadas por el partido de Pablo Iglesias.

El bloqueo era evidente. No había avances en las negociaciones. Los reproches se intensificaban. El ambiente no era propicio para el acuerdo. Como las tensiones se producían por la configuración del gobierno, el PSOE propuso aparcarla y empezar negociando un acuerdo programático. Esta fórmula parecía más favorable a alcanzar un pacto. Ambos partidos hubiesen empezado a elaborar un programa común basado en el acuerdo presupuestario que habían alcanzado meses atrás. Una vez acordada la hoja de ruta del gobierno se esperaba que la confianza entre ambos partidos aumentase. Y con la mejora de la confianza se creía que la formación de gobierno sería más sencilla. Sin embargo, Podemos tampoco aceptó este planteamiento. Si el PSOE quería sentarse a negociar, tenían que garantizar previamente una coalición proporcional a los votos y que contase con una vicepresidencia para UP. Las diferencias seguían acentuándose.

Una vez nos acercamos a la fecha de la investidura, PSOE y Podemos no pudieron seguir posponiendo la negociación. Deciden llamarse para empezar lo que sería una negociación exprés. Un solo fin de semana para intentar alcanzar un acuerdo. Fallos en la comunicación y un mal inicio del diálogo (como han contado las crónicas de los medios) hicieron aumentar la tensión. Aunque el PSOE ya había aceptado la exigencia de Podemos de un gobierno de coalición, previa renuncia por parte de Pablo Iglesias a la vicepresidencia, los morados ahora decidieron aumentar su petición. Hacienda, Ciencia, Trabajo, Vicepresidencia social, Transición Ecológica… Podemos pedía 5 ministerios, vicepresidencia incluida. Ministerios, además, que el PSOE había marcado como claves para desarrollar su proyecto. Pedro Sánchez no estaba dispuesto a tal cesión cuando ni siquiera esa coalición sumaba mayoría absoluta. Y más cuando mantienen posiciones tan distantes en temas centrales como la política exterior o la crisis catalana. Podemos acabó aceptando que solo fueran 3 ministerios y la vicepresidencia, pero seguían exigiendo Trabajo, ministerio que para Sánchez era irrenunciable. Las diferencias seguían agrandándose. Los puentes parecían rotos. Pablo Iglesias amenazaba en la investidura al presidente en funciones: “de no aceptar el acuerdo, me temo que nunca serás presidente”. A lo que el líder socialista respondía que “si para ser presidente del Gobierno debo renunciar a mis principios no lo seré”. 

Una ultimísima oferta de Iglesias desde la tribuna del Congreso en la que renunciaba a Trabajo si se les daba la dirección de las políticas activas de empleo también fue rechazada. Calificada de poco seria, tanto por las formas (en el propio Pleno del Congreso y a unos minutos de la votación) como por el fondo (estas políticas están mayoritariamente transferidas a las CCAA), más que una oferta, pareció una forma de intentar ganar el relato. Al final era el PSOE quien había rechazado el acuerdo pese a todas las ‘cesiones’ de Podemos. Eso intentaban mostrar desde el partido de Iglesias. El PSOE contratacó: esta sería ya la segunda vez que Podemos impediría un gobierno progresista. Y avisó. La propuesta de coalición caducaba el día de la votación. Si no se aceptaba, no habría septiembre.

Pasó el tiempo. Llegamos a septiembre y aquí seguimos. Dos reuniones más entre los equipos negociadores que han acabado sin ningún acuerdo. Unidas Podemos sigue exigiendo la coalición y pretende empezar las negociaciones tal y como se quedaron en julio. Sin embargo, el PSOE ya avisó entonces. Si Unidas Podemos no aceptaba la oferta de coalición que se hizo en aquel momento, la oferta decaía y no se volvería a hacer. Los socialistas ya solo contemplan un gobierno en solitario sostenido por un pacto programático. El único acuerdo que hay entre PSOE y Unidas Podemos, hoy por hoy, parece su desacuerdo.

 

La coalición, escollo de la negociación

Como hemos podido ver es la fórmula de gobierno el principal obstáculo para que se alcance un gobierno progresista en España. Unidas Podemos considera que debe ser una coalición sí o sí. Y aunque el PSOE llegó a aceptar esta fórmula, nunca ha estado convencido de ella, y apuesta por un gobierno monocolor, al estilo de los gobiernos portugués y danés.

Más allá de las posiciones que tengan ambos partidos sobre la fórmula de la coalición, conviene estudiar este modelo de gobierno y las consecuencias que podría conllevar en la política española durante los próximos meses y años. Y es que no parece una opción de gobierno fácil. Por varios motivos.

En primer lugar, es un gobierno que no suma. PSOE y Unidas Podemos no tienen la mayoría absoluta. Si fuera así, quizá sería más fácil un acuerdo, ya que la coalición supondría una ventaja suficientemente importante como para olvidar o, al menos, relativizar las desventajas que conlleva. Y es que uno de los principales argumentos de los partidarios de la coalición es que esta daría una mayor estabilidad al ejecutivo. Sin embargo, ¿qué estabilidad extra otorgaría la entrada de Podemos al gobierno en relación a un acuerdo programático? Más bien, poca, muy poca o ninguna. Ambos partidos, ya se vinculen mediante una coalición o mediante un programa común, necesitan, al menos, 11 apoyos más en el Congreso para contar con mayoría y poder sacar adelante sus iniciativas. Un acuerdo programático valdría para que el gobierno contase en la mayor parte de sus proyectos con una sólida base de 165 escaños. Es cierto que el acuerdo programático no contemplaría todas las iniciativas gubernamentales, teniendo el ejecutivo socialista que negociar aquellas que no estuviesen incluidas en el documento. Y justamente este sería otro punto positivo del acuerdo programático, ya que la no existencia de una coalición permitiría a los socialistas poder negociar en algunos casos con más partidos al margen de Unidas Podemos. Especialmente importante sería esto en asuntos como la crisis territorial o de política exterior, en los que socialistas y UP se encuentran muy distantes.

Por tanto, podemos decir que no. La coalición no asegura una mayor estabilidad. Más bien todo lo contrario, trasladaría la tensión entre PSOE y Unidas Podemos del Congreso al Gobierno. Un gobierno necesita trabajar de forma conjunta y cohesionada. Sus miembros deben llevar la misma dirección. Las diferencias entre ambas formaciones muestran que ese trabajo conjunto sería bastante difícil. Ciertos mensajes y actitudes de dirigentes de UP (alimentar teorías de la conspiración, desconfianza en las instituciones democráticas, revelación de conversaciones privadas, etc.) parecen que lo harían prácticamente imposible. Así, la fórmula del gobierno de coalición no solo no aporta una mayoría parlamentaria con la que no depender de más fuerzas políticas, sino que además dificultaría el trabajo del gobierno.

Si bien es cierto que PSOE y Unidas Podemos tienen programas muy parecidos en muchos temas, hay otros que los alejan demasiado. Temas que además serán de plena actualidad y que requerirán la acción del gobierno durante la presente legislatura. Cataluña es uno de ellos. Unidas Podemos apoya el ‘derecho de autodeterminación’, lo cual, como es evidente, no cabe dentro de nuestro orden constitucional y, por tanto, no es aceptado de ningún modo por el PSOE. Durante la importante crisis de 2017 en Cataluña, cuando los independentistas violaron los derechos de los diputados de la oposición, llevaron a cabo un referéndum de independencia ilegal y declararon unilateralmente la independencia, UP no fue capaz de ponerse de parte del orden democrático y constitucional. El partido de Pablo Iglesias se centró en denunciar la actuación policial, que fue sin ninguna duda muy reprobable, pero no denunció las actitudes totalitarias del independentismo, que pretendía someter a la mayoría no independentista y romper la legalidad democrática. Cuando hubo que votar la aplicación del artículo 155, que por otro lado ojalá no haya que volver a utilizar nunca, con el objetivo de devolver a Cataluña a la normalidad democrática, UP se alineó con el independentismo y votó en contra. Por si todo esto fuera poco, en las elecciones de este año, Pablo Iglesias eligió al independentista y exasesor de Carles Puigdemont, Jaume Asens, como líder de los comunes. Recientemente, Asens fue incorporado al equipo negociador de UP, dudosa muestra de una voluntad real de alcanzar un acuerdo con el PSOE.

La política exterior es otro punto en el que la coalición podría encallar. Es de sobra conocida la aversión de UP hacia las instituciones europeas, así como la distancia entre los grupos socialdemócrata (participante de la Comisión Von der Leyen) y el grupo de la Izquierda Unitaria Europea al que pertenece UP. Por otro lado, la cercanía tanto de Podemos como de Izquierda Unida a gobiernos como el venezolano o a líderes populistas como Rafael Correa, Cristina Fernández de Kirchner o Evo Morales, tampoco facilita nada.

En tercer lugar, otra gran diferencia entre ambas formaciones es la cultura política. El PSOE es un partido que ha gobernado durante 22 años (el que más en estos 42 años de democracia) y que fue uno de los principales actores durante la Transición, participando muy activamente en la elaboración de la Constitución. Así, los socialistas son un partido moderado y firmemente comprometido con la Constitución, es decir, lo que podemos catalogar como un partido de Estado. Unidas Podemos, por el contrario, nunca ha gobernado y nació de la oposición al sistema (que para ellos representa el PSOE, quien lo construyó en parte). Además, Unidas Podemos tiene grandes carencias en cuanto al conocimiento del funcionamiento de las instituciones (como han demostrado las negociaciones) y no parece el mejor amigo de los grandes consensos y pactos de Estado. Si bien esto no impide la formación de una coalición, como demuestra el nuevo gobierno italiano compuesto por el populista antisistema M5S y el socialdemócrata PD, ampliamente arraigado en el sistema político italiano, sí lo dificulta en gran medida.

Por otro lado, las negociaciones fallidas debido a la falta de suficientes cesiones por parte de ambos partidos y el fracaso de la investidura de Pedro Sánchez por la abstención de Unidas Podemos han debilitado enormemente las relaciones. La falta de confianza ha sido uno de los principales argumentos esgrimidos para la ausencia de acuerdo y para evitar por parte del PSOE la aceptación de una coalición. Es cierto que esta falta de confianza no ayuda en la tarea de conformar un gobierno conjunto. También lo es que, si hubiese voluntad, este no sería motivo suficiente para no alcanzar un acuerdo de este tipo. Otra cosa es que ese gobierno de coalición durase y fuese positivo, que es lo que vengo a discutir en este artículo. Pero más allá de eso, es claro que no solo no hay confianza, sino que se ha generado además una gran tensión. Una tensión que se ha trasladado a las bases vía declaraciones públicas y, muy a menudo, a través de agresivos mensajes en redes sociales. Este clima de tensión requerirá que pase un tiempo para poder rebajarlo. El hipotético gobierno de coalición tendría que empezar su trabajo en apenas unas semanas si Pedro Sánchez fuese investido en virtud de un acuerdo así. Y no parece el mejor clima para el nacimiento de un ejecutivo que aspira a mantenerse durante 4 años. De entrar Unidas Podemos en una coalición de gobierno, lo mejor sería que pasase un tiempo.

Más allá de las dificultades existentes que ponen en cuestión la viabilidad, durabilidad, cohesión y utilidad que tendría un gobierno de coalición, hay que tener en cuenta también las posibles consecuencias electorales para sus integrantes. Una coalición puede afectar a los caladeros electorales de ambos partidos. Por un lado, Podemos podría tener dificultades en vender a cierto sector de su electorado una coalición con un partido del ‘sistema’, del viejo ‘bipartidismo’. Podemos nació acusando al PSOE de ser la ‘casta’ y hablando del ‘régimen del 78’. Además, hoy en día, siguen negando la condición de izquierdas al PSOE y defienden que no tienen ninguna confianza en los socialistas porque siempre “acaban cediendo a las presiones del IBEX y la derecha”. No parece muy coherente y, seguramente, parte del electorado no podrá entender cómo se entra a un gobierno dirigido por un partido de esta naturaleza. Además, como está demostrado, los socios minoritarios suelen verse perjudicados, ya que los logros suelen ser atribuidos al socio mayoritario, pero los errores son compartidos entre ambos partidos. UP, que comparte buena parte de su espacio electoral con el PSOE, podría verse perjudicado electoralmente participando en un gobierno liderado por los socialistas, que sí podrían salir más beneficiados por este flanco izquierdo.

En cuanto al PSOE, vería también reducido su espacio electoral. La victoria electoral, su reciente llegada al gobierno y la derechización de las fuerzas conservadoras, especialmente de Ciudadanos, le estaban dejando un amplio hueco en el centro. Sin embargo, una coalición con Unidas Podemos no solo le impediría atraer a estos votantes, sino que pondría en riesgo el mantenimiento de un pequeño sector de votantes socialistas moderados que rechaza a UP y prefiere un acuerdo con Ciudadanos. Así, una coalición impediría crecer por el centro al PSOE, algo que sí ha podido hacer durante estos años el Partido Socialista portugués con su acuerdo programático con comunistas y el Bloque de Izquierda.

La entrada de Unidas Podemos podría elevar el tono de oposición de la derecha en búsqueda de ese electorado de centro, preocupado por temas como la estabilidad económica o el problema catalán. La entrada de Unidas Podemos, de carácter más radical y con una posición ambigua sobre Cataluña e incluso cercana al independentismo, serviría en bandeja a los partidos de la derecha más motivos de crítica al presidente Pedro Sánchez. No hay duda de que los partidos conservadores desean, de no haber repetición electoral, que la fórmula elegida sea la coalición. Es la mejor opción para ellos.

Pero más allá de las diferencias programáticas, que, aunque pocas, son profundas, y demás dificultades que impiden el pacto, hay que hablar también de la anormalidad que sería este gobierno. Como apuntaba hace unas semanas Alberto Penadés en el blog Piedras de Papel, nunca ha existido en Europa un gobierno de coalición entre socialdemocracia y un partido a su izquierda. Sí ha habido gobiernos con presencia de estos dos tipos de partidos. Pero siempre con presencia de terceros, ya sean democristianos, liberales o verdes. Estas fuerzas suelen moderar el gobierno, facilitar la mayoría parlamentaria y, como apunta Penadés, hacer que el votante mediano pueda verse representado. Alejarse del votante mediano no parece buena idea si nos ponemos a pensar en las próximas elecciones generales, en las que Sánchez aspiraría a revalidar su gobierno.

En resumen, una coalición no parece la mejor opción ni para alcanzar un acuerdo, ni para España, ni para el PSOE, ni para UP. Una coalición sería complicada de articular por las diferencias programáticas en temas centrales y de cultura política. Estaría en minoría, por lo que tampoco garantizaría la estabilidad. Y, además, electoralmente no parece la mejor opción para ninguno de los dos partidos, dando además una oportunidad a la derecha para avivar la oposición.

Es legítimo que Podemos aspire a entrar en el gobierno. De ellos depende la configuración de un gobierno de izquierdas, al estar el PSOE en minoría, a 53 escaños de la mayoría absoluta. Durante la campaña electoral, Pablo Iglesias insistió siempre en la idea de coalición, por lo que se entiende que no la quiera abandonar. Unidas Podemos posiblemente quiere así arrebatar al PSOE la posición de única izquierda de gobierno e intentar neutralizar con su presencia en el ejecutivo a un hipotético Más País de Errejón. Puede que sean estos los motivos del empeño de la formación morada en este modelo de gobierno. Sin embargo, una coalición podría estrechar su espacio, por dos flancos: el extremo izquierdo, que podría ver mal ser socio de un partido del sistema, y por la zona del electorado más próxima al PSOE, que en parte acabaría atribuyendo la gestión gubernamental a la formación de Pedro Sánchez.

También es legítimo que el PSOE defienda la opción del acuerdo programático, como opción que puede garantizar un gobierno más cohesionado y funcional, así como más beneficioso electoralmente. Claro está también que se equivocarían si creen que es mejor una repetición electoral, que se produciría en un contexto muy negativo para la izquierda (sentencia del procés, sentencia de los ERE, desaceleración económica, decepción por las negociaciones fallidas PSOE-UP, etc.), que una coalición como la que llegaron a ofrecer. Si bien una coalición parece que sería pan para hoy y hambre para mañana, unas elecciones podrían ser hambre para hoy, para mañana y para un buen tiempo. Si fueran responsables y pensasen en sus votantes y el interés general de España, PSOE y Unidas Podemos no dejarían pasar la oportunidad que les brindó el 28-A y alcanzarían un acuerdo. Aunque sea con una tercera vía. Aún están a tiempo.

 

 

Mario Montero Raya (Madrid, 2000). Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas en las Universidad Carlos III de Madrid. Interesado en la actualidad política y económica desde muy joven, participa en diferentes asociaciones universitarias y movimientos políticos. Interesado especialmente en el análisis electoral y demoscópico, la política internacional y el estudio de la desigualdad.

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