Durante varios siglos un gran número de pensadores han considerado la relación entre el individuo y el arte una de las experiencias esenciales para el ser humano. Ya en autores como Aristóteles y sus tratados de La poética encontramos la relevancia que el arte tiene en la vida del individuo, una idea que repetirán autores posteriores como David Hume o el propio Nietzsche. Pero, atendiendo a esta cuestión, surgen ciertas preguntas, ¿Por qué es tan importante dicha relación? ¿Qué sucede entre la persona y la obra cuando interactúan? Antes de contestar a estas preguntas, me gustaría hablar un poco del contexto por el que nos movemos. Gracias a la época en la que vivimos y las nuevas capacidades de difusión y reproducción se ha permitido un desarrollo exponencial del número de mercancías que se ponen a disposición de las personas, entre los cuales podemos llegar a encontrar productos con cierto valor artístico. Mediante un gran número de nuevas técnicas para producir y difundir tanto productos de entretenimiento como expresiones artísticas como el cine, plataformas online más modernas o la fotografía, muy presente hoy en día en redes sociales, se ha obtenido la capacidad de llegar a un público más extenso y poner la obra o el producto a disposición de un mayor número de consumidores. No creo que esta nueva situación sea algo que perjudique a la relación entre la persona y el arte, aunque sí considero que esto nos abre un mayor espacio para la reflexión sobre las preguntas que acabamos de plantear.
A mi juicio, en esta relación la persona se ve directamente interpelada, se despierta su sensibilidad y se la incita a cooperar en una especie de juego, que culmina causando cierta conmoción en quien observa la obra. No obstante, centrarnos únicamente en este punto sería un gran error, ya que estaríamos considerando que esta relación y la experiencia de ella se agotan en el impacto sensible que vive el espectador frente a la obra, cuando en realidad no es así. De hecho, quien se ve envuelto en esta relación puede no solo experimentar un fuerte destello de sensaciones sino aprender de ellas, descubrir su naturaleza e incluso extrapolar sus hallazgos a otros aspectos de su vida. Aquí debo volver a matizar esta reflexión. Aunque parezca que está cobrando forma una caracterización mejor sobre la cuestión que estamos tratando, quedarnos en este aspecto de la relación sería mantenernos peligrosamente estáticos en el terreno de las sensaciones internas del individuo, cuando en realidad posee otra cara igual de fundamental: la social.
La nueva situación del arte en el contexto actual, la cual alberga tanto beneficios como peligros para las manifestaciones artísticas y los espectadores, ha tenido una consecuencia que ha de ser tenida muy en cuenta: las diversas expresiones artísticas han adoptado nuevas pretensiones con respecto a un rol social que se ha visto potenciado por la época. Concretamente, el arte se ha ido adaptando hasta dejar de ser para el uso y disfrute exclusivo de entendidos o expertos, llegando a abarcar toda clase de público. A lo que me refiero es al surgimiento del denominado arte de masas, cuyo potencial para beneficiar al desarrollo personal y social del espectador pretendo defender al igual que hicieron autores como Walter Benjamin o Noël Carroll. Pero ¿qué es el arte de masas? Personalmente considero que el arte de masas es, ante todo, la adaptación de la producción y manifestación artística a unas nuevas técnicas y medios con los que llegar a un público mucho mayor sin importar condición social o nivel intelectual, algo que solo ha empezado a ser posible en los últimos dos siglos. No solo eso, sino que además permite que todos los espectadores y espectadoras puedan acceder a las ideas que subyacen en las obras para así poder generar sus propias perspectivas a través de estas. Esta definición puede ejemplificarse con la capacidad para ver cualquier película, leer cualquier libro e incluso ver una pintura, se encuentre donde se encuentre físicamente, que nos brinda el acceso a internet.
No obstante, antes de llevar a cabo esta defensa no puedo obviar el hecho de que se han dado numerosos argumentos a tener en cuenta contra este arte de masas, comúnmente vilipendiado. Algunos de ellos pueden llegar a ser de gran interés para un análisis sobre el arte de nuestro tiempo y un gran punto de partida para cuestionarnos qué productos han de entrar en la categoría de arte y cuáles no. Uno de los argumentos más mencionados es el que afirma que los productos del arte de masas son medios para el adoctrinamiento y manipulación social. Esta es una de las perspectivas que más se ha cuestionado y a la vez defendido por parte de muchos pensadores y que quiero ejemplificar mediante una de las películas más taquilleras y relevantes de los últimos años: Vengadores.
Si analizamos con detenimiento lo que la cinta nos dice, encontraremos a un grupo de héroes cuya meta es, ante todo, defender el orden existente. Este será su principal objetivo tanto en la primera película como en las diferentes secuelas, manifestando siempre una visión negativa del cambio, lo cual se expresa claramente en que todo lo distinto venga de la mano de un villano sin escrúpulos. Vemos entonces cómo en esta serie de películas se encuentra implícito que el mundo en el que los protagonistas viven, tanto en lo referente a sus condiciones sociales como en las relaciones que lo definen, ha de ser defendido tal y como es cueste lo que cueste, evitando por todos los medios que se vea alterado de cualquier forma. Es decir, estas obras, pese a no tener tintes políticos explícitos, caen indirectamente un discurso a favor de un contexto histórico y geográfico concreto.
Esta película y la diversidad de mensajes implícitos en ella sería un gran ejemplo del argumento que muchos académicos han esgrimido contra el arte de masas, quienes afirman que aquellas obras producidas en el contexto de unas condiciones sociales dominantes siempre van a luchar por defender y mantener tales condiciones existentes. Si en Vengadores se encuentra implícito que dicha realidad es totalmente aceptable e incluso en cierta forma no merece ser cambiada es porque, en realidad, esta película se ha producido bajo los cánones de dicha sociedad, ya sean reales o simples apariencias. Pero si pretendo defender lo contrario, entonces ¿por qué presento un argumento tan convincente en mi contra? La respuesta reside en que esta afirmación, pese a parecer sólida y veraz, peca de simplicidad. Desde mi punto de vista, lo que hoy denominamos arte de masas no ha de considerarse categóricamente como una serie de productos que salen en defensa de la época o condiciones en las que han sido producidos, sino que pueden llegar a proponer una fuerte crítica contra el sistema en el que se originan.
Remitiendo al argumento que se ha desarrollado previamente, está claro que podemos tropezarnos con productos mediocres, pues acentuar el volumen de producción también implica que se acentúe el número de obras desdeñables. Pero es gracias a este desarrollo en los mecanismos de producción y difusión que el arte logra integrarse en todos los aspectos de nuestra vida social, encontrando fuerzas renovadas para interceptarnos y demandar algo distinto de nosotros. Películas, series, música y literatura, todo esto se potencia mediante las nuevas técnicas productivas logrando que cualquier individuo se transforme en un espectador constante. Claro que podemos admitir que las condiciones sociales nos han ido acostumbrado al consumo pasivo, a poner un episodio de una serie cualquiera de Netflix sin prestarle apenas atención y asumir que eso es todo lo que nuestro periodo artístico puede darnos, inhalando lentamente esos mensajes que subyacen y confieren a nuestra época un aspecto de inmejorable; pero en lo que respecta a nuestra situación social y artística, optar por esta actitud y considerar que es la única posible actualmente es, en realidad, perder de vista el mundo en el que vivimos.
Pese a los peligros que hemos señalado previamente, también podemos encontrarnos con obras que, pese encontrarse dentro de un contexto concreto, indagan en lo más profundo de esa realidad establecida para sacar a la luz sus mentiras y verdades, criticándola e incluso animándonos a pensar en la posibilidad de un mundo distinto. Este tipo de productos nos demandan que seamos críticos, que veamos más allá de las imágenes y las apariencias sociales para adentrarnos en lo que se esconde bajo estas. Pero claro, esto depende además de la actitud que tomemos con respecto a las obras. Si actuamos como simples consumidores, entonces nada con lo que nos encontremos llegará a desarrollarse en nosotros como realmente es capaz de hacerlo ni abrirnos las puertas a ver la realidad desde una perspectiva distinta. La clave reside en que seamos espectadores críticos con el arte que nuestra época nos lanza constantemente, saber leerlo y discernir sobre el mensaje que en él se esconde. Solo si actuamos de ese modo, es decir, negándonos a ser simples consumidores pasivos, entonces podremos encontrar la posibilidad de pensar en una realidad diferente a la existente. Sin embargo, lo más básico e importante reside en que el primer paso se dará siempre en el ámbito personal de quien se acerca a la obra, de quien se niega a recibir y asumir sin más todo lo que se le ofrece. Esta es la primera gran posibilidad de cambio que nos ofrece la experiencia del arte y la condición necesaria para las sucesivas oportunidades que nos brindará de imaginar un mundo distinto.
Alejandro J. Ortiz Román (1998).
Graduado en filosofía por la universidad de Málaga. Interesado en la reflexión sobre las prácticas artísticas y su rol social en la actualidad. Concibe que en estas manifestaciones no nos encontramos únicamente con un tema de relevancia política o social, sino con uno de los temas más relevantes para comprender el papel del individuo frente a una realidad en la que las referencias de antaño se han difuminado hasta desaparecer.